martes, 7 de diciembre de 2010

No va a ser, pero . . .

 
Son las doce de la noche y estás deseando que termine esta pesadilla. Quieres llegar a casa y darte una ducha bien caliente, ponerte el pijama, acostarte, y dejar que el sueño acabe de una vez por alejar a los  fantasmas que llevan todo el día atormentándote cruel y despiadadamente.
Todo empezó a primera hora de la mañana.
Entraste en la cafetería y pediste un café y unas tostadas. El camarero te pidió que esperaras un momento y tardó más de un cuarto de hora en volver. Cuando apareció, oíste atónito cómo te decía que “se habían suspendido los cafés de la mañana, que la tostadora, por problemas técnicos, no iba a entrar en funcionamiento hasta bien entrada la tarde” y que, a lo largo de la jornada, te iría indicando si volvía a funcionar la cafetera o si tendrías que tomarte un vaso de leche con galletas.
Molesto y con unas ganas tremendas de saborear un cortado bien cargadito, saliste a la calle y te dirigiste al aparcamiento. Abriste la puerta de tu precioso deportivo alemán y comprobaste que andaba flojo de carburante. Afortunadamente hay una gasolinera a escasos metros de tu casa.
-¿Me lo llenas, chico?
El chaval con el chándal de Repsol, implacable y decidido, no se dignó a atrapar las llaves que le lanzaste. Viste sorprendido como caían al suelo. El chico te miró, las miró y procedió a dar un informe detallado de la situación.
-A partir de este momento y hasta nueva orden, quedan canceladas todas las operaciones de repostaje de coches alemanes. Para cualquier consulta, diríjase a Repsolcarburantes.com.
No podías creer lo que estaba sucediendo. Entraste como una exhalación en la oficina, buscando al responsable ante quien presentar una reclamación por el trato abusivo de ese estúpido operario. En el interior, el jefe, te escuchó atento durante un par de minutos y después te ofreció su punto de vista.
-Hasta que Repsol no modifique la cláusula 5ª del párrafo 9º del convenio de estaciones de servicio, no le voy a despachar ni un puto litro de gasofa, se ponga el señorito como se ponga. Si quiere, llame usted al 902 tal y tal y tal y les presenta su reclamación, y si no, me la escribe usted en el papel higiénico que hay en el baño y ya luego yo la tramito personalmente.
De nuevo, te sentiste acosado e impotente. Pero tu espíritu combativo y tu ánimo imperturbable te impulsaron a buscar una rápida solución alternativa.
-¡Taxi! –gritaste.
En un segundo, un hermoso taxi blanco se detuvo ante ti. Entraste.
-¡Al aeropuerto! ¡Rápido!-ordenaste.
El taxista, un fornido caballero con barba de varios días y unas manos enormes y viriles, te saludó cortésmente.
-Le habla Pablo Cantalapiedra, conductor de taxi. Siguiendo indicaciones de la central de taxis de la zona centro, este taxi y, por añadidura su comandante, aquí al volante, no va a efectuar su trayecto hasta que cambien las condiciones climatológicas y medioambientales de la mencionada zona centro. En el plazo de unas tres o cuatro horas volveremos a informar. De momento, y si no le importa, guapetón, vaya bajándose de mi taxi.
Aquí llegó el primer vahído. Fue algo leve, casi imperceptible. Pero premonitorio. Premonitorio de cojones.
Había que llegar al aeropuerto como fuera. Tenías que cumplir con tu jornada al frente del control de tráfico aéreo en Barajas. No es que te importara mucho tu trabajo, pero había que estar allí. Mañana te ibas de vacaciones a las Islas Fidji y querías recoger un par de cosas.
Tardaste más de dos horas en llegar. Pero lo habías conseguido. El olor a mortal en el autobús, atestado de mileuristas y de pobretones te revolvió las tripas. Era una sensación aterradora y profundamente desagradable.  Al fin, llegaste a la torre. Treinta y tres vuelos retrasados por tu demora… ¡nada grave!.
Y alguno más tendría que esperar en pista porque con todo el ajetreo y el nerviosismo consiguiente, tu estómago se había resentido hasta el punto de que si no conseguías despejar tus intestinos en cuestión de minutos, tendrías que lamentar daños colaterales de muy vergonzosa índole.
Te dirigiste al cuarto de baño. Con premura. Con celeridad. Con cierta intranquilidad manifiesta.
Estabas cerca, a unos metros. Un muñecajo azul con las piernas ligeramente abiertas anunciaba el acceso a sus dominios “¡Caballeros!”.
Y entonces apareció Carmen, la señora encargada de mantener pulcros e inmaculados los servicios del personal técnico de la torre de control de Barajas.
Interponiéndose entre la puerta y el preocupado operario, Carmen procedió a echar el cierre. Hubiérase dicho que existía una cierta y oscura complicidad entre el  inexpresivo muñecajo azul y la simpática limpiadora.
-A partir de las 10.00 horas del día de hoy, quedan fuera de servicio las dependencias a mi cargo y en tanto en cuanto el Ministerio de Fomento no elabore las nuevas directrices sobre el jabón de manos y los secadores de vientecillo, estas instalaciones se mantendrán por completo inoperativas.
Pánico. Desesperación.
Y luego… todo aquel paseo hacia casa. Cabizbajo, meditabundo, humillado, solo.
Y cagado.
Llevas andando no se cuantas horas. Te escuece el jander como jamás lo había hecho. Quieres llegar a tu casa y parece que cada vez está más lejos. Te sientes abandonado y triste. Cierto es que tienes una cuenta en el banco que te mueres, pero hoy… estás solo.
Jamás pensaste que la de controlador aéreo fuera una profesión de las comúnmente conocidas como “de riesgo”, pero ya lo estás empezando a considerar.
Sólo quieres llegar.
¡Sólo quieres llegar!.
Con el paso lento y las pernas ligeramente abiertas, sigues viviendo esta pesadilla.
Sólo quieres llegar...


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