domingo, 15 de mayo de 2011

En Tokio, si. Aquí, no.


Mi padre, que desde hace unos años, el pobre, no vota, solía decir que lo bueno de Melilla es que nos conocemos todos. Pero siempre terminaba concluyendo que lo malo de Melilla es que nos conocemos todos. Ahí, como en otras cosas, le doy la razón.
Para bien, o para mal, esta bendita ciudad en la que nacemos, crecemos, algunos si tienen suerte se reproducen y, al cabo, casi todos mueren, es como un pequeño ranchito de Playmobil en el que cada figurita trae los complementos que trae… y poco más. Y no hay que agitar la caja para ver si cae otra pieza, porque lo que viene, viene, y no hay más huevos.
Vengo en decir esto porque, a la ya clásica consideración que hacen los italianos sobre las tres cosas más inútiles del mundo, a saber: la lluvia sobre el mar, ciertos atributos del Santo Padre que por respeto no menciono, y la propia Infantería italiana, añado yo el gasto extremo, excesivo, superfluo y absurdo de la campaña electoral en esta noble y muy leal Villa.
Para empezar, los carteles. Me encantaría poder decir que todos son preciosos y que todos mueven a levantarse  de la silla y acudir al colegio electoral más cercano y coger sitio para no perder ni un segundo el día D a la hora H, pero la verdad sea dicha, encuentro todos los carteles igual de poco atractivos e igual de poco imaginativos. Algunos candidatos resultan más agraciados que otros. Yo ahí también tengo mis preferencias. Pero me parece a mí que hasta Brad Pitt o George Clooney con unas letras “ahin” de grandes al lado, diciendo que votes al PVC, al XXL o al BBVA, pierden glamour que te cagas. Con las chicas viene a pasar lo mismo. Y es una verdadera lástima porque cuando los/las ves por la calle, cosa que es relativamente fácil  estos días, aprecias que, en conjunto y salvo contadas excepciones, tenemos unos candidatos y/o candidatas muy, pero que muy guapos; cada uno en su estilo, pero guapos al fin y al cabo. Los de Melilla, somos así. Debe ser el agua.
Los mítines son otra cosa. Cada partido lleva a unos cuantos, o unos cientos, o unos miles… ¡Pedro, no te pases! Bueno, pues los simpatizantes que crea oportuno, y les charla y les convence de algo… de lo que ya venían convencidos de casa. Luego, regresamos a nuestros cuarteles de invierno con un llavero, una bolsa, un gorro, un mechero y un abanico que dejamos arrumbados hasta el primer día de pinos del año siguiente, en el que el gorro, el abanico, el mechero y la bolsa te vienen de puta madre. Ya el llavero es otro rollo. El llavero te lo puedes meter por el jander.
Menos mal que están los programas, que vienen a ser como  eso que nos lee el cura cuando nos casamos; eso de ”en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y tal y cual y Maroto el de la moto”. Todavía no conozco a nadie que haya puesto pegas ese día, porque, a ver, alguno/alguna podía decir “Mire usted, que yo, los Martes, a lo mejor no puedo, por esto o por lo otro”, o “¡Vaya por Dios! Pues en la pobreza, si es extrema y se pasa hambre, pues yo no, porque me conozco y me pongo de los nervios”. Los programas, son todos, fantásticos. Son, insisto, como las bodas sobre el papel. Pero, ¿cuántas bodas resultan al final tan bonitas como se esperaba?
He leído todos los programas de los principales partidos y me parecen el cuento más hermoso que escribirse pueda. Mucho más que el de la Mickey y las judías mágicas. Pero, me da la impresión, igual que en el cuento de Mickey, de que al final, también se llora.
Recapitulemos.
-Todos los candidatos son atractivos y en las fotos salen medianamente guapos  a pesar de lo feos que son los carteles.
-Todos los partidos te regalan tonterías.
-Todos los partidos tienen unos programas para chuparse los dedos.
Hasta aquí todo son coincidencias.
Siempre podría uno hacer un escaneo en cada lista y marcar con un  rotulador  fosforito las caras de sus amigos. Ahí, tengo que admitirlo, no tengo mucha suerte. No puedo ni siquiera considerar la opción. Tengo muchos y buenos amigos en todas las listas. Son gente de enorme valía, de acreditada profesionalidad, de honradez extrema,  ejemplos incluso de simpatía y de buen humor en algunos casos. A todos les deseo suerte y que el poder, si les llega, no les cambie. Me encanta poderles llamar a cada uno por su nombre, que ellos me sigan diciendo Perico en lugar de Señor Bueno.
¿Y hacer lo contrario? ¿Y buscar a los que no me caen bien? A estos los marco en rojo. Cojo la lista, le doy al “Scan” y … ¡OH! ¡NO!  También salen dos o tres en cada una. ¡No puede ser! Mala suerte la mía.
Y ¿cómo hago entonces?
Pues ya lo he decidido.  Gracias a Dios, Melilla no es Tokio. En Tokio debe haber   como cincuenta millones de japoneses, casi todos muy parecidos, y la probabilidad de encontrarte a un candidato en el bar mientras te tomas un café es de aproximadamente 0´000000006.  Puestos ya a imaginar que el japonés de la Coalición Liberal Demócrata “Japón Libre para los Japoneses” se encuentre pidiendo un descafeinado justo en el mismo garito que tú, si tras una breve charla, el tipo te promete el culo (pongo por caso),  la probabilidad de que lo vuelvas a ver en los próximos cuatro años vuelve a ser de 0´00000006, más o menos.
Pero Melilla, amigos… Melilla es otra cosa. Aquí, como decía  mi padre “Nos conocemos todos”.
 Yo voy a seguir respirando cada día el mismo aire que todos y cada uno de los candidatos, voy a tomar café  en los mismos lugares en los que ellos lo hacen, voy a seguir jugando con ellos, tomando cañas con ellos,  viajando con ellos,  VIVIENDO en la misma ciudad que  ellos.
Y, todavía no sé a que lista votaré. Pero si sé que a quien le dé mi modesto voto le estaré dando algo muy importante y no permitiré que juegue con él.  
A mis hijos les quiero  más que a mi vida y si juegan con algo que no deben… se lo quito.
Mucha suerte para todos.
Y no lo olviden. ¡Esto no es Tokio!