jueves, 24 de mayo de 2018

La Comandante VIRGI, el USS IOWA y el Mosquito Banzai.



Esta historia está basada en hechos reales.
La comandante Virgi se dispone a encerrarse en su camarote no sin antes cerciorarse de que el servicio queda convenientemente dispuesto y de que las órdenes han sido recibidas y adecuadamente entendidas.
Mientras se recuesta en el catre procede a la rutina habitual de inquirir acerca de los protocolos previos a la inminente desconexión.
-¿Has echado la llave, Pedro?
-Sí, mi comandante. Quiero decir, Virgi.
-¿Te ha dicho el niño si hay que llamarlo temprano?
-Afirmativo.
-¿Qué?
-Que sí.
-¿Luces apagadas?
-Luces apagadas, señor.
-¡Pedro! ¡Déjate ya de tonterías que es muy tarde!
-¡Entendido, señor! ¡Pasamos a navegación nocturna!
-¡Joder!
La comandante me da un besillo ahín “muacsh” y se da la vuelta.
En unos minutos todo es silencio en el “USS IOWA”.
Me ha gustado el nombre.
Los motores apenas se oyen y el suave murmullo del oleaje no hace sino  adormecer gratamente al resto de la tripulación, básicamente, un servidor.
El reverendo capitán Wilkins (yo también) termina de hacer sus oraciones y ruega por otra noche sin novedades de importancia a bordo, por una sociedad más justa e igualitaria, por la salud de nuestros amigos y familiares más directos (y por la de algunos de los indirectos a los que les ha tomado cariño), y cierra al fin los ojos buscando esa paz interior que repara, recompensa y renueva a los buenos soldados y a los grandes marinos.
Arriba, en el puente, delante de la pantalla del radar, inconsistentes y difusos destellos en  tímida luz verdosa mantienen despierto y alerta al cabo Warren (obviamente, yo también).  No obstante, parece que ninguno de esos leves destellos supone amenaza alguna de consideración.
Pasan un par de horas.
Hace calor a bordo.
Las aguas del Pacífico son cálidas y en estas noches de Mayo el sueño es difícil de conciliar.
El cabo Goodman (yo, de nuevo) comienza a revolverse en el catre a escasos centímetros de la comandante Virgi que duerme como una bendita. Anoche se tomó dos o tres valerianas y un “Zaldiar”. Una antigua lesión de guerra y algo de artritis la mantienen pegada a ese tratamiento.  La comandante, no obstante,  mantiene esa belleza serena y seductora que, tras veintisiete años en el servicio, no ha hecho sino incrementarse y adquirir nuevos e interesantes matices.
Pero el cabo Goodman no  ha tomado nada y el calor empieza a hacerse cada vez más incómodo. Aparta las sábanas y estira las piernas dejando caer la izquierda fuera del camastro.
Los minutos se hacen eternos en esta duermevela intensa y dramática.
Y es entonces cuando saltan las primeras alarmas.
Arriba, en el puente, el cabo Warren no da crédito a sus ojos.
Un poderoso destello verde se acerca a velocidad endiablada hacia el centro de la oscura pantalla circular.
Se avecina tormenta.
-¡Ñññññiiiiiaaaaaaaaaaaoooooo!
La primera pasada sobrevuela al “IOWA” y despierta a la mayor parte de la tripulación, estrictamente hablando, un montón de “yos”.
Corro hacia el puente a medio vestir y tratando de no perder la compostura.
-¿De qué se trata, Warren?
-¡No lo sé, señor! Al parecer se trata de un mosquito.
-¿No estaba de guardia “Raid”?
Recordaba haber visto, junto a la cabecera de la cama de la comandante Virgi, el piloto rojo del escudo anti-mosquitos.
-¡No, señor! Esta noche estaba “Johnson”.
-¿Johnson?
Johnson era muy bueno y hasta ahora no había fallado ni una sola noche. Después del fallido intento de aquél italiano –“Mercadonna” creo que se llamaba- la opción “Johnson” había demostrado ser la mejor durante un buen montón de años.
Pero esta vez, el enemigo era un individuo tan temido como peculiar.
Esta noche estábamos siendo atacados por el inefable y letal  “Mosquito Banzai”.
El reverendo Wilkins llega al puente y contempla la expresión desencajada en el rostro de los presentes.
-¿Qué pasa?
-Ataque enemigo, señor –le digo.
-¿Es grave?
Asentimos con un sincronizado movimiento de cabeza.
-¿No será…?
Volvemos a asentir.
-¡Santo Dios! –exclama. Y se persigna.
El “Mosquito Banzai” vuelve a sobrevolar la nave. Se siente el primer impacto.
El segundo me lo doy yo mismo intentando aplastar al muy miserable, que se me ha posado en toda la cara.
“Banzai” escapa indemne.
Agarro el extremo de la sábana y me cubro hasta el occipucio con ella. Tan solo el borde superior de la oreja izquierda sobresale de la protección de las mismas.
El “Mosquito Banzai” da el primer mordisco.
Calculado.
Exacto.
Despiadado.
No hay humano sobre la superficie de la tierra capaz de rascarse en condiciones el puto lóbulo de la oreja.
Y “Banzai” lo sabe.
Trato de rehabilitar el “escudo antimosquitos-opción sábana” hasta el límite superior de mi oreja dañada. Y trato sin demasiado éxito de aliviar el picor que va siendo considerable.
La cosa parece que no puede ir peor.
Pero sí.
La comandante Virgi, con toda esa belleza serena y seductora que, tras veintisiete años en el servicio, no ha hecho sino incrementarse y adquirir nuevos e interesantes matices, se  gira en la cama, la muy cabrona,  y me quita la sábana sin la menor consideración.
-¡May-Day! ¡May-Day! – comienza a gritar Warren-. ¡Nos hemos quedado sin cobertura!  ¡May-Day! ¡May-Day!
Se masca la tragedia.
“Banzai” aprovecha para atacar  de nuevo  sobre la segunda superficie más conflictiva de un ser humano a la hora de tener que rascarse: las articulaciones de los dedos de la mano. No se puede ser más hijoputa.
Suelta dos andanadas simultáneas y destructivas.
 En ambas manos.
Ahí.
¡Pa joder!
Mira que hay sitios pa morder. Pero no. El mosquito sabe que ahí no te puedes rascar. Especialmente si tiene las dos manos ahín, picoteadas con saña criminal y homicida.
Entrecruzamos las miradas.
Warren, Goodman, el reverendo Wilkins y dos o tres “yos” más sabemos que hay que tomar una decisión drástica: sacar la artillería pesada (la zapatilla) y responder al ataque sin la menor piedad -lo cual implicaría despertar a la comandante Virgi y enfrentarnos por tanto a un consejo de guerra- o abandonar la nave.
La elección  no nos lleva más de un par de segundos.
Sincronizamos nuestros relojes.
En un minuto estamos arriando los botes.
Dejamos a la comandante roncando suavemente.
 Muy suavemente.
Ella no ronca.
¡Vamos! Si acaso… suavemente.
Y nos alejamos del “USS IOWA “ en dirección al salón.
Ahí no se detecta peligro alguno.
Pongo la tele.
Hay un fulano haciendo gilipolleces con una sartén de cobre.