martes, 20 de diciembre de 2011

¡Que vienen los Reyes!

Basado en hechos reales.


Hay personas que recuerdan la Navidad como la mejor de sus experiencias. Huelen, allá por Octubre, las bolsas cerradas con el espumillón que quedó indemne el año pasado, y empiezan a liberar jugos gástricos lampando por unos polvorones o unas peladillas de esas que mandan el último empaste que te hiciste, camino de Trebujena.
Hay quienes disfrutan la Navidad y la subliman en una vorágine de bolitas decoradas y de ramitas verdes de acebo plástico.
Hay quienes compran el décimo de Doña Manolita con mucho más que una esperanza. Yo veo en sus caras hasta una cierta “seguridad” que me aturde, me encorajina y me asusta.
Y hay quienes darían la vida por que todo el año fuera como la Noche de Reyes.
Aparte del dueño de “La casa del caramelo”, en cuyo caso, no sólo lo entiendo sino que además lo envidio sobremanera, no comprendo esa enfermiza obsesión por la noche pretendidamente mágica del cinco al seis  de Enero. Desde luego, no ha sido nunca de mis preferidas.   Casi prefería la de Eurovisión; me reía cantidad viendo a los nuestros hacer el ridículo.
Es más, he pasado años intentando olvidar aquellos Reyes en los que me cayó la del pulpo después de haberle volado un ojo a la perdiguero de mi madre, “Wendy” por más señas, con una escopeta-trabuco que me había traído Gaspar. Por aquellas fechas, los Reyes Magos se pasaban la normativa comunitaria relativa a la seguridad de los juguetes por la parte en la que el cuerpo humano encaja entre las dos jorobas del  camello, y las balas de aquella maravilla tecnológica eran realmente letales… o casi. Teniendo en cuenta que la segunda bala que se me escapó le dio a uno de mis hermanos en un huevo, la reacción de mis atribulados padres fue, cuando menos, lógica. Se acabaron los Reyes aquella misma mañana para Pedrito J. Bueno, “The Killer”.
Al año siguiente, me trajeron un transistor “Sanyo” para que escuchara el fútbol; a mí que el fútbol me la traía al pairo completamente, a mí que creía que Di Estéfano era un cantante.
Eso sí, al año siguiente volví a mis raíces bélicas y pedí un arco de flechas. En el minuto uno, me metí una de las dos flechas que traía, en el ojo izquierdo –la venganza de Wendy- y la segunda saeta, como consecuencia directa de la deficiente puntería de que hice uso con un ojo lloroso y entrecerrado, fue directamente a caer sobre una prima gibraltareña de mi madre que se llamaba Eloisa y que adolecía de un sentido del humor más bien dudoso. Chivose del atentado, aunque en realidad, después del demoníaco grito y/o graznido que me dedicó entre otros insultos en Inglés  cuyo significado en aquellos tiempos desconocía aunque intuía, la delación se hizo del todo innecesaria, quedó patente “per se”.
En otra ocasión, pedí a sus Majestades un aparato de “Congost” con el que un pequeño helicóptero tenía que rescatar a tres muñequitos astronautas con un pequeño imán incrustado en el cerebro y otro  más chiquitillo en el jánder. Aquello gastaba unas pilas enormes que debían de tener más watios, voltios o kilopondios –como se diga- que la central de Almaraz y la de Vandellós juntas. En dos o tres noches, aquellas pilas crearon en el interior de la cápsula del “Apollo IX” una especie de sustancia verde y pegajosa que puso de relieve ante mí, ese peculiar fenómeno que marcó mi infancia y buena parte de mis regalos en esa etapa de mi vida: la sulfatación. La puta sulfatación que no avisaba, que se presentaba como una peste medieval llevándose por delante a mi Cabo Kennedy en miniatura o al “Phanton 2” teledirigido (con cable, pero teledirigido, al fin y al cabo) que me regaló mi tío Domingo, que era piloto de los de verdad y que contaba muy buenos chistes. Una vez que unas pilas se te sulfataban, llevabas el juguete a papá. Él lo abría, tocaba esa sustancia mohosa, pútrida y aborrecible, te miraba a ti con esperanza de que tú lo entendieras, y daba al fin ese diagnóstico que temías en secreto, que te negabas a admitir, pero que sabías llegaría. – ¡Estas pilas de mierda se han sulfatado!¡Anda –añadía – hazte un puzzle!
Nuestra generación se crió a golpe de puzzles. Los malditos puzzles “Educa”. A mí, una vez, los Reyes me trajeron, en casa de una tía mía -ahora que lo pienso, puede que fuera la Gibraltareña de adusto semblante- un puzzle muy gracioso.  Era la fotografía, descuartizada hasta lo inmisericorde, de una ladera montañosa  y nevada en la Suiza de Guillermo Tell; de nuevo el símbolo de las flechas cobra un siniestro sentido.  Salvo algunas piezas con esquinita, el resto de los setecientos  mil pedacitos de cartón con forma de espermiocitos  o de glomeroblastos eran diabólicamente iguales. A mi odio cerval por los malditos puzzles “Educa” de los cojones, se añadió otro aún más enfermizo e irracional por todo lo que oliera a Suiza: los relojes, la puta nieve de las laderas del Hungëlstrom, Guillermo Tell y la madre que lo parió, los quesos blandurrios y los absurdos relojes de cucu, puntuales y…neutrales.
Tantos despropósitos encadenados año tras año no podían venir de seres aparentemente tan fantásticos a quienes en otras culturas incluso se les llama “Los sabios de Oriente”. ¿Acaso eran una filfa? ¿Una invención?
Sólo quedaba una cosa por hacer: conseguir pruebas fehacientes de su existencia, a la vez que de su, de momento, cuestionada sabiduría. Junto con no recuerdo cual de mis hermanos ideamos un ingenioso plan mediante el que, si todo salía como quedó planeado, conseguiríamos evidencias concluyentes y oportunas.
Básicamente y “grosso modo”, el plan consistía en la instalación de ciertos e invisibles cables que, debidamente conectados al enchufe del pasillo, y tras haber embadurnado el suelo con un poco de agua y jabón, harían que cualquier humano o cuadrúpedo –léase camello- que irrumpiera subrepticiamente en la intimidad de nuestro salón al abrigo de la oscuridad de la noche, quedaría parcialmente electrocutado y temporalmente a nuestra merced para un posible interrogatorio.
El azar es sinuoso a veces, ingrato siempre, malévolo en suma, caprichoso en extremo; y quiso el destino que entre sus Majestades de Oriente y nuestro elaborado e inteligente plan, acertara a interponerse  -¿cómo no?-  la capulla de la perdiguero de mi madre, ese absurdo ser marrón y blanco que respondía, a veces, al apelativo de Wendy, y que parecía no aprender de sus anteriores experiencias. Wendy, para variar,  salió regular de todo este “affaire”. Menos mal que, por aquel entonces, la corriente era de 125. A Wendy se le pusieron los pelillos de punta y estuvo cagando burbujas por lo menos un mes y medio.
Además de algún sopapo, me quedé sin mi “Magia Borrás”.
Ahora sólo pido a los Reyes que me dejen… seguir batallando. Sin arcos ni flechas, sin trabucos ni magia;  simplemente, seguir luchando cada día por la igualdad, la paz mundial, la emancipación de los pueblos indígenas del Arapazú,  el desarrollo de las energías alternativas, la Primavera árabe, el solomillo con almendras, los cuatro puntos básicos, la vuelta a los valores victorianos, el nohequé, el queseyó…
De todas maneras, si también me dejan  algún detallito de Casa Parra o del Gallo, o la “Fritanguéitor Plus 2000”, pues mira, no me voy a quejar.
¡Vamos! ¡Pero nada, nada!

viernes, 18 de noviembre de 2011

Hay que hablar con los calamares.

Con afecto para Juan y Angel.


Hay días en los que, a fuer de intentar sacarle algo positivo a mis mañanas de secano en las que el poniente, el levante o el Telegrama del Rif no me permiten zarpar  en pos del jurel esquivo y displicente o del pargo mentecato y falaz, termino por ponerme a filosofar y a  elaborar conclusiones diversas sobre conceptos y/o realidades tangibles que, más tarde o más temprano acaban por impregnarse de esa sal de nuestros oleajes del Este o de ese aroma terroso y seco de nuestros tormentosos ponientes que coronan de blanco las graciosas crestas de los “borreguitos” del Oeste.
Hoy ha sido uno de esos días.
El detonante de mi largo elucubrar ha sido  la genial frase de mi amigo Juan, quien para terminar la tertulia post-desayuno y en medio de una amena charla sobre el mundo de la pesca estacional, espetó sin pensárselo dos veces: “Hay que hablar con los calamares”.
Juan es así: directo, conciso, vital. Es un maestro y un hombre de mar. Es grande como todos los maestros y profundo como todos los hombres de mar.
Ángel y yo ponemos la misma cara que puso Fernando el Católico cuando Colón le dijo lo de “Me voy para la India… pero por allí”. Intentamos digerir tan extraordinario aforismo. Sin abrir la boca y con el corazón en un puño, aguardamos esa explicación que al cabo llega y agradecemos aliviados.
Ángel es el primero en levantarse para abandonar el local e iniciar el paseo, al tiempo que musita un  “Muy bien, chaval” dirigido al genio.
Ángel es así: entusiasta, concesivo, lacónico. También es maestro, de los antiguos, de los mejores. Y también es un hombre de mar, aunque él no lo sabe.
Después seguimos caminando, contemplando, fiscalizando en suma, la vida de esta Melilla palpitante y  alegre que se abre gozosa ante el espectador de la Avenida a cada paso que se da, en cada esquina, con cada aliento…
Esto del aliento quizá sea una licencia excesiva a un lirismo extemporáneo, exacerbado y febril pero ahí se va a quedar. Un capricho.
Como os decía, disfrutaba del paseo matutino cuando sorprendíme -¡Joder Pedro, cómo estás hoy, hijo!-  con la inusual proliferación de grupúsculos humanos diversos que, armados de una singular artillería de literatura política y aditamentos varios en forma de pañuelos, pegatinas y yoquesés,  servíanse atacar  a cuantos peatones se aproximaban en la creencia de estar contribuyendo con ello a la grandeza futura de una España nueva y  capaz, en la que, siempre que ganen sus partidos, podrán ver sus sueños realizados y sus problemas con la economía suavizados y/o diluidos para siempre en la "Nada" de Carmen Laforet o en otras nadas por el estilo.
Y ya me vino la metáfora. Las metáforas son como los Taliban: atacan cuando menos te las esperas. Son muy cabronas.
Y ya no veía personas; veía gardumos de cefalópodos. Sí. Verdaderas masas de cefalópodos arremolinados en torno a sus presas, ávidas de  proteínas que les faculten, debidamente procesadas, para seguir deambulando por esos mares de Dios, devorando a un pobre mamífero herido de vez en cuando, bailando alegremente tras una multitudinaria y fantasmal cópula  de luces y tentáculos, o simplemente dormitando serenos sobre las cálidas aguas primaverales.
En cada grupo identifico a personas que conozco. Los tres conocemos a buen número de militantes en cualquiera de los partidos con mando en plaza. Yo, por mi parte, a muchos de ellos los admiro y los aprecio, a algunos, incluso los quiero. Pero, precisamente, por esa misma peculiaridad de nuestra patria pequeña en la que TODOS nos conocemos, algunos de estos abnegados trabajadores por la Democracia, adscritos voluntariamente en las diferentes opciones de militancia, terminan por asemejárseme a ciertas especies de cefalópodos marinos.
Y veía pulpos. Pulpos taimados y ladinos dispuestos a prodigar abrazos y chupetones por doquier. Se te acercan, te ubican, te escanean, calculan el porcentaje de probabilidades… Los ves actuar a media agua. No se esconden. Se saben poderosos una vez has entrado en su radio de acción.
Cuidaos de los pulpos. El pulpo es sibilino, subrepticio y mendaz. El pulpo jamás te dará su amistad por muchos brazos con que te rodee, antes bien, tratará de ahogar tus ansias y tus deseos con esa falsa amistad camuflada tras  el viscoso encanto de la lisonja y  la zalamería.  El pulpo no se entrega aunque lo veas pegado a ti. El pulpo puede prometerte el cielo en un segundo para después,  desafiante y vengativo, arrastrarte a las profundidades más oscuras.
Huid de todo pulpo que no venga en rodajas y cocinado por alguien cuyo apellido termine en –iño o su profesión en –eiro.
Pero también están los chopos. Los chopos ambiguos y displicentes. Los que sabes que se te acercan por mero formalismo. Ni siquiera se esfuerzan por parecer agradables. Con su mancha de tinta por delante, emborronan la realidad e intentan camuflarla. Son torpes en su empeño. Son lentos, cachazudos, inconstantes y falaces.
El chopo se deja llevar. El chopo es desabrido, infame, ignominioso y servil. Un chopo no tiene amigos ni es útil para nada. De igual manera que, para Heidegger “La nada nadea”, podría decirse que un chopo… chopea. Y solo sirve para ello.  Lo peor es que en su grupo todos lo saben. Se aprovechan de su lasitud y de su falta de iniciativas. -¡Haz esto! – y el chopo lo hace. –¡Reparte esto!- y el chopo lo reparte.
No me gustan los chopos. Y hay demasiados.
Menos mal que, tanto la naturaleza como el mundo de la política están bendecidos con la magnífica existencia de una criatura tan divina y seductora como el calamar.
Se les ve alegres, ufanos y contagiosamente chispeantes con su colorida y cambiante fisonomía.
Cuando se acerca “el tiempo de los calamares”, hasta el pescador más desmañado recupera la confianza. El calamar no engaña; es lo que es. Y si emplea un agradable chisporroteo inocente y  atractivo es para hacerte la vida más cómoda y para sublimar tus anhelos más escondidos.
En el mar, en la mar, todo el mundo sabe  cómo, dónde  y a qué hora encontrar al calamar. El calamar no te traiciona porque es casi transparente. Podrá gustarte más o menos, pero no cambia de forma ni se esconde. No se envara, ni se enroca, ni te arrastra.
Si ves a un calamar, puedes acercarte, puedes llegar casi a comprenderlo. Diríase que Dios creó a los calamares para que los humanos pudiéramos perdonarlo  por haber creado también la mediocridad y la estulticia.
Hay demasiados chopos y demasiados pulpos en el mundo. Van a mostrarse muy conspicuos durante estos próximos días.
Calamares no hay tantos. Y es una pena. Pero a ellos sí me gusta verlos. Quizá no comulgue con muchos de ellos, pero me apasiona ver cómo luchan por lo que quieren y me llena de esperanza que lo hagan con nobleza.
Al final, no tengo más  remedio que estar de acuerdo con Juan.
Con quien hay que hablar… es con los calamares.

martes, 27 de septiembre de 2011

Un Melillense, estrella de la publicidad en China.


Es medianoche en España. A 18.000 kilómetros de distancia, en Guangzhou, capital del distrito de Cantón en la República Popular de China, con casi nueve millones de habitantes, Eduardo Bueno, que no ha cumplido aún los diez años, comienza a componerse para una dura jornada de trabajo. Apenas ha amanecido pero este mozalbete rubio con cara de golfo es en realidad un hombre resuelto y responsable y maneja sus tiempos con soltura y sorprendente efectividad. Sabe que hoy es un día importante. Mientras sus compañeros de la “Guanzgzhou British School” dedican la mañana del sábado a descansar, Eduardo se dirige a los estudios de la agencia “DAWN International Models” donde va a rodar un spot para una cadena de hoteles de increíble lujo “occidental” en el continente asiático.

Van a ser cuatro o cinco horas de maquillaje, instrucciones, pruebas de luces, vestuario, posados, rodaje en decenas de tomas diversas… Nada importa para un verdadero profesional. Eduardo ha sido capaz de seducir a los mejores fotógrafos publicitarios de China con unos ojos tremendamente expresivos, un gracioso remolino en su flequillo y una sonrisa de pillo que no esconde sino la naturalidad y la espontaneidad de un muchacho desenfadado y feliz que en sus pocos años de vida ya ha conocido la vida en tres continentes.
Eduardo Bueno Delgado nació en Melilla y a los pocos años de edad tuvo que desplazarse con sus padres a Riyadh, en  Arabia Saudí. Allí aprendió inglés, idioma que habla a la perfección. Después de cinco años en el reino de los Al-Saud, el destino lo llevó, de nuevo por causas laborales de sus padres, a Guangzhou, donde estudia 3º de Primaria y compagina sus estudios con el mundo de la publicidad.
Ya son varias las agencias que compiten por conseguir que este melillense de tan corta edad intervenga en alguna de sus campañas publicitarias, ya sea para primeras marcas de ropa infantil, como para fabricantes de automóviles o muebles. Al parecer, no es fácil encontrar un chico que sepa interpretar correctamente las constantes órdenes en inglés o en chino y que tenga un físico agradable según los parámetros del exigente productor publicitario oriental.

Actualmente, Eduardo Bueno  es la estrella occidental de “KD STARS”, “DAWN ITERNATIONAL MODELS” y “KELLY INTERNATIONAL MODEL”. No es raro pasear por Hong Kong, Macao, Pekín o Shangay y ver pasar un autobús urbano con una enorme fotografía de este melillense de ojos chispeantes vistiendo con elegancia coloridas prendas deportivas o sobre el capó de un lujoso deportivo de última generación.

Sus compañeros de colegio suelen comentar con él sus intervenciones en la televisión en tal o cual anuncio. A él le gusta ser popular, pero nunca deja que esa cierta notoriedad empañe su relación con los demás. Es un chiquillo normal a quien le gusta compartir un buen rato de tele o un buen partido de béisbol con sus mejores amigos. Echa de menos la comida española, las tardes de pesca en el Dique Sur con su padre y su hermano Pablo cada verano, el aire seco de las mañanas de poniente en su Melilla natal (en Guangzhou la humedad es un calvario), el tapeo, los dibujos animados en Español…
Es agradable saber que allá en China, tan lejos de nosotros, un melillense triunfa con elegancia y humildad en el complicado mundo de la publicidad. Él y sus padres saben que, probablemente, esto será algo pasajero; que su vida quizá no termine de orientarse en este sentido, pero mientras  Eduardo siga disfrutando de su “trabajo” y aprendiendo cada jornada de sus experiencias, cada día será una nueva aventura para este chaval.
¡SUERTE, paisano!

martes, 20 de septiembre de 2011

Algo estamos haciendo mal, Lightoller.


Cuentan las crónicas que aquella aciaga noche del 14 de Abril de 1914, se oyó al Capitan Edward John Smith, al mando del “Titanic”, pronunciar la famosa frase.
Serían aproximadamente las 23.40 de una hermosa noche atlántica cuando, tras jincarse un iceberg de tamaño más que discreto, el imponente transatlántico comenzó a hacer aguas. El segundo oficial Lightoller se aproximó a la cabina del ínclito capitán con el agua llegándole a la parte donde los mortales macho suelen tener los güinflis, llamó a la puerta del camarote y ante un sorprendido y somnoliento Smith, dio el parte de novedades.
-MI capitán, perdone que le moleste, pero dentro de unos treinta y siete coma dos minutos vamos a estar de agua hasta las calandracas.
-Algo estamos haciendo mal, Lightoller- fue la lacónica respuesta del mítico marino de la barba blanca.
Se sabe a ciencia cierta que, después de aquella frase, el único sonido que pudo articular como legado para la posteridad fueron algunos glu-glús de dudoso buen gusto pero de inequívoca interpretación.
Efectivamente, aquel día cambió la historia para un buen número de personas que, con un brindis al sol, se habían conjurado frente al destino esquivo y caprichoso que a menudo se pasa por los huevos todos los planes que el ser humano realiza, unas veces con cierto sentido y responsabilidad, y otras, con falta absoluta de sensatez y de mínima cordura.  A esta última opción es a lo que vulgarmente se le llama  “hacer planes con la punta del níspero”.
Considerando la actual situación sociopolítica, me vienen a la mente buen número de situaciones en las que presumo que “alguien” no lo está haciendo todo lo bien que debería.
Uno de estos bellísimos y soleados sábados  de principios de Septiembre, estaba yo haciendo lo segundo que mejor sé, es decir, tomarme una cervecilla con mi contraria allá en la playa de la Hípica,  cuando contemplé el majestuoso  vuelo de un helicóptero de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad  del Estado sobrevolando el litoral en busca de nohequé. Su sobria imagen me hizo recordar las decenas de noticias sobre la modernización de ambos cuerpos y/o institutos. Materiales de última generación, tecnología láser, comunicaciones vía satélite, especialización y reciclajes, cursos en el extranjero, modernización extrema, colaboración con la Unión Europea, la OTAN, la FIFA,  los EEUU, el Ballet Nacional de Nicaragua, el Museo de Aguacates de Salzburgo…todo es precioso. Tal es ahín, que si yo fuera o fuese un delincuente que pensara en delinquir, me lo pensaría dos veces. No obstante, leo estupefacto en la prensa del lunes que ya es la tercera o cuarta vez que llegan a Melilla, vía marítima, en una balsa de juguete, de esas de Bob Esponja, un grupo de entre ocho y diez inmigrantes. Todo esto, después de gastarse lo que no está escrito en “impermeabilizar la frontera” y de machacar mañana, tarde y noche, a los cada día más desanimados miembros de la Policía y de la Guardia Civil.
Me juego el cuello a que en el ánimo de cada uno de estos abnegados profesionales, jamás prende un más que comprensible pesimismo derrotista y que el trabajo, por el contario, los hace más dignos, más fuertes y más grandes pero…
Algo estamos haciendo mal, Lightoller.
En el Ministerio de Educación las cosas tampoco parece  que vayan demasiado  bien. Se invierte en educación, se habla de educación, se fomenta la educación, se hacen planes, proyectos, decretos… Los profesores –me consta- se dejan la piel y el alma en tratar de sacar de los chavales ese animal que todos llevamos dentro y que algunos, por desgracia, llevan un poco más afuera de la cuenta. Se reducen las ratios en el papel, se diversifican las ofertas educativas,  se ponen los colegios e institutos más bonitos que un San Luis… pero cuando rascas en el circulito plateado que algunos de nuestros  cachorros llevan en la frente, te sorprende el grado de desconexión neuronal que queda al descubierto. Por esos cuadernos llenos de borrones y de palabras escritas sólo con consonantes, algunas de ellas apenas identificables, pululan decenas de Delives, Cerbantes, Ermanos Kintero, Lelles de Mendel, adjetivos, alberbios, esperimentos, …
Profesores y maestros hacen lo que pueden, probablemente más de lo que pueden; muchos alumnos –gracias a Dios, muchos- luchan con uñas y dientes por escapar de este burrismo latente, pero…
Algo estamos haciendo mal. Lightoller.
Ya el tráfico es otra cosa. Pero otra cosa casi peor. Cada año se trata de reducir el número de muertos en nuestras carreteras. Como no tengo una funeraria, me parece muy bien.  Tenemos semáforos con monigotes que se mueven correteando como locos, con sonidillos para los sordos y tecnología LED  para los que no vemos un nardo. Tenemos unas franjas blancas en nuestro pavimento, que se ven desde  Júpiter aunque esté nublado. Tenemos los mejores agentes del orden que uno imaginarse pueda. Tenemos el ciento y la madre de vehículos de la más variada procedencia y factura al servicio del tráfico rodado en nuestras calles, plazas, parques y jardines. Tenemos rotondas, miles de rotondas, millones de rotondas… Y sin embargo, el nivel de hijoputismo al volante no hace más que aumentar cada día de forma –a mi modesto parecer- más que preocupante. Si alguien duda de esto, le invito a hacer, conmigo de copiloto, el trayecto que hago cada noche  a eso de las nueve, desde el centro al Real. Si vemos menos de treinta individuos haciendo el cafre, y no me refiero a pequeños descuidos o leves infracciones, sino a verdaderas y monumentales cabronadas al volante, me los corto, me hago unas maracas y ahí mismo le canto “Madrecita del alma querida” en la versión que elija: Machín o Celia Cruz.
Aunque jamás me atrevería a atribuir responsabilidades, tengo, como casi todos –supongo-, mis sospechas. Lo que sí esta claro es que…
Algo estamos haciendo mal, Lightoller.
En fin, como dijo el Hombre Elástico de "Los 4 Fantásticos", “No quiero extenderme más de la cuenta”. En ese caso, seguramente alguien me diría... ya sabes.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Jornadas Mundiales de la Juventud.

Ni soy de misa diaria ni creo que al Señor le gustaría verme allí cada mañana, con todo lo que ya sufrió el pobre con lo de la cruz  y todo ese follón, que al final, uno por otro, parece que nadie tuvo la culpa. Los Romanos que los Hebreos, los Hebreos que los Romanos, y seguro que algún día terminan por cargarle el muerto a los de BILDU. A ellos de todas maneras  les da lo mismo.
En fin, que una cosa no quita la otra. No soy un beato, ni me creo alguna que otra cosilla que nos cuentan según que curas, pero creo en Dios. No tengo el menor reparo en decirlo.
Y, ya de paso, creo también en el hombre. Creo que somos capaces de trascender del mero vinillo del mediodía o del partido con los amigos o de un día de compras en el Carrefour. Me resigno a admitir que no exista en los hombres más que ese elevado coeficiente de bestialismo al que algunos nos quieren someter a diario.
Intento, eso sí, comprender los variados aspectos de cada cuestión, aún a riesgo de caer en eso que decía Oscar Wilde de que “Quien quiere comprender los dos lados de una cuestión, acaba comprendiendo una mierda”. Bueno, mas o menos y en Inglés.
Por eso entiendo a los resentidos con la iglesia como institución resistente y montaraz, arcaica y aburrida, con exceso de institucionalismo y convencionalismos, seria y triste, oscura y misógina, encerrada, distante… Es la iglesia de los despachos y de las joyas, es la iglesia que no nos llega y a la que cada día cuesta más trabajo defender, es la iglesia de los tesoros y los fastos, es… la iglesia que no es Iglesia. Y quizá por eso, disculpo en cierta medida a los que, asaeteados y machacados  por los medios de comunicación, sienten indignación hacia la visita del Papa y a la multitudinaria acogida que en la capital del reino se le dispensará, si Dios quiere (nunca mejor dicho) en estas próximas jornadas.
Parece ser que la acusación más grave es la de que el gasto es excesivo y que el dinero empleado en fiestas y seguridad podría destinarse a otros fines de carácter filantrópico. Quizá lleven parte de razón. No lo sé. Yo mismo me he planteado muchas veces la “oportunidad” de determinadas actitudes de los representantes vaticanos, como aquella en el 97 en que Juan Pablo II, durante su visita a Brasil, recomendó a los jóvenes que se abstuvieran de practicar sexo. Eso en Brasil, el país que inventó el tanga. No, no estuvo muy fino el pobre Juan Pablo. Pero no se lo tengo en cuenta; una mala tarde la tiene cualquiera. Por lo menos no les dijo que se dejaran de tanto fútbol y tanta samba.
Pero lo que no me quita nadie es que la JMJ es un acontecimiento incomparable, quirúrgicamente exquisito en su planteamiento y, hasta ahora, ejemplar en su ejecutoria.
Cientos de miles de jóvenes, cargados de una fe que muchos hemos perdido o “distraido” focalizando sus energías, esas benditas energías de los diecitantos y los veintitantos, en torno a un hombre y a unas creencias, es algo de o que todos debíamos tomar oportuna nota.
Por desgracia estamos acostumbrados a ver que, cada vez que se reúnen más de cien chavales en una plaza, o es para ponerse de cubatas hasta el cuello y dejarlo todo hecho una porquería, o es para protestar contra algo y ya, de paso, romper unos cuantos escaparates y pegarle unas pocas pedradas a los polis de turno. El colmo de los colmos es que gane el Madrid, y la fiesta en Cibeles PARA CELEBRAR QUE HAN GANADO termine con decenas de detenidos y casi un centenar de heridos por lanzamiento de botellas.
Pero ahí, nadie protesta; ni los indignados del 15M ni los Ibéricos del 5J, ni los antitaurinos, ni Guillermo Toledo ni la madre del marido de Penélope Cruz, ni los del “Nunca Mais”, ni los del “Liberad a Willy”… ¡Nadie!
Y con respecto a lo del dinero invertido, es cierto que hay un despliegue increíble, vistoso más que nada; conspicuo, diría yo. Pero creo recordar que despliegues de seguridad similares se han visto en otras ocasiones menos festivas y tampoco se vieron demasiadas pancartas ni se oyeron demasiados gritos. A Madrid vienen líderes mundiales no demasiado respetuosos con los derechos humanos y a nadie le importa un nardo. Parece que los que gritan en contra de la visita del Papa no tienen el menor inconveniente en que vengan de China, de Libia o de Marruecos a enseñarnos sobre cooperación, derechos del ciudadano, democracia, respeto y buenas maneras. El Papa es un farsante, pero Fu Jingtao, o Gadafi, o Mohamed VI son unos tipos super guays y super simpáticos.
En este jodido mundo en el que nos ha tocado en suerte vivir, hace falta gritar mucho, hace falta mucha energía y mucho empuje para denunciar y para actuar. Si alguien ha de levantar su voz y pegar un puñetazo en la mesa, que lo haga, pero que piense antes si merece la pena hacerlo en contra de una verdadera marea de gente que se reúne para orar y compartir pacíficamente, o si hay que callar, contemplar, aprender y buscar otro objetivo.
Esos cientos de miles de chavales que se reúnen en Madrid son una semilla excelente, superior, magnífica. No todos ellos acabaran el camino que han empezado. Como dijo Calderón de la Mierda, “El mundo es una barca”. O algo así. La vida los maleará, distorsionará su ímpetu juvenil y poderoso, los llevará por caminos no tan blancos y musicales… Pero alguno habrá, muchos quizá, que se comprometan con causas diversas y se entreguen con el alma y con el cuerpo a continuar con la labor callada y constante de miles y miles de católicos de todo el mundo que, en selvas remotas de África o Asia, en las asfixiantes cumbres del altiplano, en las calles enlodadas y plagadas de mosquitos de la India o Pakistán, o incluso en alguna parroquia pobre de los arrabales de Madrid o de Barcelona, contribuyen a crear IGLESIA (ahora sí, con mayúsculas). Y ante eso, amigo mío, ante esa forma de enfrentarse a la vida, lo mejor que podemos hacer es… callarnos.
O rezar. Yo, hoy, rezaré por todos ellos.
Y por vosotros.

sábado, 6 de agosto de 2011

Perfumes y chocolates.



Con cariño, para mi amigo Miguel Galera.

Una de las cosas más fascinantes que puede ocurrirle a un hombre es que su pareja le pida que le acompañe a la tienda DUTY FREE de un aeropuerto.
En el exacto momento en que entras en la tienda, se abre ante ti un panorama de fragancias diversas, excitantes, penetrantes e inusuales. Tú lo que buscas con la mirada es la sección de las cervezas y los whiskys, bueno y los “Toblerones” gigantes pero esa está como más escondida. Lo primero son  las colonias. O eso es lo que tú crees. Porque cuando tú le dices a tu cari que son colonias, tu cari se ríe, arquea las cejas, te mira como miró Colón al primer indio que se encontró en Playa Bávaro y te dice que de colonia nada; que es agua de “tualet” y agua de “parfam”, o algo ahín. A mí, la verdad es que la diferencia me la trae al pairo, pero alguna tiene que haber porque si es de “parfam” vale como diez o doce euros más que la de “tualet”.
Mi cari se acerca sigilosa a una estantería llena de tarros verdecitos con un nombre francés, me parece que Ib Sanloran, y se echa de un frasquito que no está tapado. Hace un “fss fss” sobre la muñeca izquierda y me la acerca a la napia.
–Huele- me dice.
Yo huelo.
-¿Te gusta?
Me gusta. Estos franceses, quemando fresas y eso son muy cabrones, pero lo que es oler, huelen bien.
-Es fresquita, ¿no?- me pregunta.
-Muy fresquita – digo yo, lanzándome a una piscina peligrosa.
Supongo que cualquier colonia, si te la echas después de una ducha y te plantas en una terraza a disfrutar la tarde, o te sientas delante de la tele con un daikiri y el aire acondicionado enchufado en veinticuatro grados Celsius, resultará fresquita, pero si te la echas para ir a cargar sacos, o para ir a comprar calzoncillos al mercadillo del Real a mediodía en Julio o Agosto, pues… su puta madre del Sanloran.
-Es que es muy parecida a la que tengo de “Chanel”.
-¿Entonces no te la llevas? ¿Vamos ya a por los “Toblerones”?
No. Parece que no. Nos vamos a los dominios de Vittorio y Luchino. Al parecer los italianos también saben de colonias. ¡Perdón! De “parfams”. Y de nuevo, un sirufo pa mi. Según me instruye mi Virgi, los dos maromos estos son de Sevilla; de los Remedios o de la calle Betis, cerca de donde vive mi tía Mariluz. ¡Estafadores!
-       Hmmmmm! –dice Virginia. ¡Huele a fruta!
Y de nuevo me acerca a las fosas nasales un cartoncito alargado previamente impregnado con un par de “fss fss” de esos.
A mí, la verdad, como si me hubiera dicho que olía a espárragos a la Parmentier. Para mí que Vitorio, Luchino y Sanlorán están conchabaos, porque la colonia o el “parfam” o lo que sea, huelen exactamente igual. Pero no. Parece que no. Esta huele más… a fruta.
Seguimos el paseillo. Llegamos al ranchito de un tal Lancome. Este tío además de colonias hace cremitas. Mismo cartoncillo… Mismo “¿Qué tal?”  Y a mí -¡Santo Dios!- me huele igual que las otras dos. ¿Será también sevillano el Lancome este?
-¡Uy! ¡Esta es estupenda! –miento.
-Muy seca -me dice mi amada Virgi.
-¡Vaya por Dios! –farfullo entre dientes, viendo como, a unos pocos metros de mi, una familia de vikingos altísimos y guapísimos se dirige a la caja con una cestilla amarilla repleta de “Milkas” gigantes, “Lacasitos” de kilo y medio”, “Kitcats” como para dar de comer a media Dinamarca durante seis años y dos botellas de Jack Daniels que, por cierto, huele mejor que algunas de las mariconadas que llevo oliendo todo el rato.
Virginia, que me conoce bien, pretende sobornarme.
-¿Cómo andas tú de colonias, Perico? ¿Te apetece alguna?
-A ver si hay “Varon Dandy” –le digo.
Se descojona. ¿Qué pasa? ¿Es que no van a tener? Si hay casi de todo.
Al cabo de un rato, mi cari me acerca lo que parece que es su elección definitiva. No veo el nombre en el tarro, pero aprecio que el frasco en sí es verde.
-“Fss fss”.
Ahora yo me la juego. Es un momento crucial. Empleo toda mi astucia y me aventuro.
-Hmmmm! ¡Que fresquita! Huele a frutas que no veas.
-Gilipoyas, huele a té. A té verde.
Nada. No ha habido suerte, pero había que intentarlo.
Cabizbajo y contrito, meto las manos en los bolsillos y vagabundeo a una distancia prudencial de mi esposa, que sigue inspeccionando, sola ya, los olorosos estantes de su cielo particular. Ya no quiero ni “Toblerones”. Estoy triste. He quedado como un capullo, y encima tengo la nariz tan saturada que podría oler un peo de elefante a cinco centímetros, aunque viniera certificado y con dedicatoria. Abandono el “Duty free”.
-“¡Por su propio interés, rogamos mantengan sus pertenencias vigiladas en todo momento!” Din don din… “¡Plis, dunot lib bagish unatendid!”- oigo.
Ya mismo es la hora. Consulto el reloj. ¿Tardará mucho mi Virgi?
En un par de minutos aparece, risueña y satisfecha. Huele muy bien. No sé exactamente a qué pero huele bien. Está guapa. Cuando vamos de viaje se pone más guapa la puñetera.
Nos sentamos a esperar la llamada de nuestro vuelo. Saca su libro de “Juego de Tronos” y se pone a leer.
-¡Ah!- me dice. ¡Toma!
Y saca de su bolsa un “Toblerone”.

domingo, 17 de julio de 2011

Mardita caló.

Aunque durante estos días no he pisado mucho el laboratorio con todo este jaleo de los Sanfermines y lo de Nacho Polo, mi equipo, que es un equipo para quitarse el sombrero, ha seguido trabajando en los proyectos pendientes, básicamente la recascaradora de nueces y el rastrillo para coquinas con GPS.
El Lunes pasado reasumí mis tareas al frente del grupo y la Doctora Furuyawa, del departamento de I+D, nos hizo llegar las recomendaciones de la Junta de Andalucía para paliar y prevenir los efectos del calor durante los meses veraniegos.

Hicimos un alto en nuestras tareas, detuvimos momentáneamente el fumigador de escabeche y mientras saboreábamos un Nespresso y unas tostadas con chicharrones pasamos a considerar los puntos del mencionado informe para poder después presentarlo a la Consejería de Medio Ambiente, a la de Sanidad y Consumo y al Club de Amigos del Abejaruco Macho.
Para empezar, la Junta de Andalucía, con capital en la ciudad del Betis, enumera una serie de medidas para paliar el calor durante el verano. Ahí no se puede decir que no hayan estado finos, porque si las dan para paliar el calor en invierno es para darles de hostias.
Punto 1º “Se recomienda evitar la exposición directa al sol de bebés de menos de seis meses a cualquier hora del día y de niños pequeños entre las 11 y las 17 horas”.
Esto es importante. Rogamos encarecidamente a la población adulta que no abandone a sus crianzas  al sol a partir de las once y hasta las cinco de la tarde. Ya a las seis, como refresca, si quieres le puedes dar una vuelta por la explanada de Rostrogordo y seguro que disfruta el chavea. Eso si no se ha derretido antes.
Punto 2º La Consejería de Salud también resalta que debe evitarse dejar a los menores en lugares cerrados y expuestos al sol sin medidas de climatización, como los coches, las casetas o las tiendas de campaña.
Si alguno de los lectores tenía pensado irse a jugar un torneo de petanca o de padel y dejar al chiquillo dentro del Mercedes, al sol y con las ventanillas cerradas, por favor, que desista. A mí una vez se me quedó un kilo de gambas en el coche mientras me tomaba un café con mi amigo Jesús, y cuando volví, el coche olía como el sobaco de un mamut.
Punto 3º Si un golpe de calor afectara al niño, es importante colocarle en un lugar fresco y ventilado; aflojarle o retirarle la ropa y envolver el cuerpo en sábanas húmedas.
Es decir, al contrario de lo que muchos pensamos, no es bueno –repito, no es bueno- meter al pobrecillo infante en un ascensor sin ventilación y abrigarlo con una manta Paduana, y mucho menos, rodearle el cuello con una bufanda del Depor. Esto debería quedar claro incluso para los seguidores del Depor.
Punto 4º Es aconsejable para las personas mayores de 65 años la ingesta de abundante agua y bebidas refrescantes durante las horas del día en las que se registran las temperaturas más elevadas.
Es labor de todos terminar con esa horrible visión de cientos y cientos de jubilados en nuestras calles y plazas, consumiendo gran cantidad de polvorones, mantecados y tortas imperiales a pleno sol, poniendo inconscientemente sus vidas en peligro verano tras verano.
El equipo de investigación determinó, a este respecto, no considerar bebida refrescante el caldillo de las coquinas. Se está estudiando si lo que queda de los callos de un día pa otro podría incluirse en este apartado. Esperamos el dictamen del Doctor Pollanski.
Punto 5º. En caso de una posible deshidratación, se debe administrar agua.
Aquí hay que reconocer que el equipo no tuvo ninguna duda en aceptar como propia esta recomendación. Porque hay veces en las que parece lógico pensar: “Si el paciente sufre deshidratación, podríamos darle unos huevos con bacon y un bocadillo de anchoas, o unas papas a la extremeña con pimentón de la Vera”. Pero… ¡NO! Lo que hay que hacer es darle agua. Que es un niño chico… ¡aguita! Que es un tío con los huevos negros… ¡agua del botijo! Que es un pijo, por favor, para nada, o sea… ¡Vichy! Que es un poeta… ¡Bezoya! Y así, todos felices e hidratados.
Si además le das un toquecillo de crema con Aloe Vera encima le hidratas la piel. Que se puede morir igual, pero con la piel mucho más suave.
En fin, al margen de los Premios Nobel de la Junta de Andalucía, a este Laboratorio le gustaría terminar con la siguiente conclusión.
Si hace calor, ponte fresquito, pégate una ducha, colócate delante del ventilador, tómate una Heineken bien fría… Búscate la vida, que ya eres mayorcito para tonterías.

domingo, 26 de junio de 2011

Angeles y el teatro.

Se le ve deambular por los camerinos con la mirada felina y suspicaz. Se fija en todo, lo inspecciona todo, habla poco, dice mucho, y transmite confianza, pero, sobre todo, energía. Me imagino que el General Bradley tenía esa misma mirada el “Día D” frente a las playas de Normandía mientras contemplaba a sus muchachos antes de empezar la faena.
Supongo que, por dentro, recuerda los muchos ratos de dudas, de flaqueza, de desesperación, de desánimo... Supongo que en algún momento, durante todos estos meses de trabajo, ha atravesado miles de veces esa zona cenagosa y gris en la que, hasta los más tenaces se ven tentados para mandar a la mierda al lucero del alba y retirarse a los cuarteles de invierno con el teléfono desconectado y una buena provisión de cerveza en la nevera. Supongo también que tiene miedo, porque nadie dijo jamás que los valientes no lo tengan. Supongo, en fin, que para ella, todo este festival de personajes, canciones, maquillaje, atrezzo, tramoya, lentejuelas, risas, sudor, cansancio, temores e ilusión, se convierte a ratos en una extraña pesadilla de colores.
Para los demás, es un reto en el que cada uno intenta dar lo mejor. Para ella es como una vida en pequeño. Nace un proyecto, cobra vida con la velocidad de sus pensamientos, se reproduce con sorprendente celeridad, y muere entre aplausos y “bravos” en una catarsis espectacular e increíble.
Para los demás, esos vítores y esa algarabía son una recompensa formidable y reconfortante. Para ella, suponen siempre el pistoletazo de salida ante el siguiente proyecto. Los que la conocemos, sabemos que cuando sale a saludar y a recibir el cariño y la admiración del público y el apoyo incondicional de sus subordinados en el escenario y tras las bambalinas, su mente viaja como la luz de los focos, hacía un nuevo reto. Sonríe. Algunos, incluso, la hemos visto llorar. Pero no está ahí. Está ya trabajando. Vuelve a sentir la acuciante necesidad de liberar la devastadora energía de su incontrolable talento creativo.
Todo vuelve a empezar.
Un par de llamadas y se reúne el Estado Mayor. Se toman decisiones, se evalúan los riesgos, se reparten responsabilidades, se adjudican los papeles...se vuelve a sentir la magia del teatro. Y vuelve a verse en sus ojos el brillo acuático de la ilusión y el desafío.
Una vez fijado el rumbo, la capitana retorna a la soledad de su recámara en la que solo Manuel está autorizado a entrar. Con cierta cautela respetuosa entre la admiración y el cariño, Manuel despliega las cartas de navegación, ribeteadas de notas y de dibujos, de ideas y de chispa creadora, de talento, de constancia, de sensatez. Es el General Patton. Es el alma de la bestia. Es la poderosa sombra fresca y agradable del baobab.
Con el tiempo, la obra empieza a caminar sola, con tropiezos, con inseguridad, pero vigilada bien de cerca.
La música lo va llenando todo. Juan Carlos respira música, huele la música; es capaz de “ver” la música y en su cerebro las notas empiezan a convertirse en animales que acechan en la sabana, en aves que surcan el cielo sobre la jungla, en el agua que mana de una roca en el Serenguetti...
El duende de la danza, contagiado por el entusiasmo, se apropia del cuerpo menudo y fibroso de Noe y arrastra en su vertiginoso giro a una marea de antílopes, de hienas, de flamencos, de cebras, de fuego y de agua. Y todo se mece al ritmo de los tam-tams en una magnífica tarde de verano entre las altas hierbas de la llanura.
El elefante de madera y gomaespuma barrita impaciente. Su Gepetto particular, Inca, está punto de darle la vida; un poco de cola aquí, un retoque allá, un brochazo por abajo, otro por arriba y de las manos de la creadora, a la charcas de Kirawira donde se reunirá con las altivas jirafas y con los orgullosos rinocerontes.
Manuel termina por darle forma a unos tablones y a un par de ramas y una singular naturaleza de cartón y cola se manifiesta auténtica y grandiosa con el sol del Kalahari como telón de fondo.

Pero ni siquiera el sol de la sabana sale sobre el horizonte de tela blanca sin el permiso de la todopoderosa Macu. Macu es el chamán de los Watussi, la bruja roja de los Massai, la reina de los Yoruba. Los treinta mil ñúes de la manada se contienen nerviosos y expectantes hasta que de su garganta no sale el grito de acción. Solo ella es capaz de tal proeza.
Entretanto, de entre andamios y paneles surge una manada de leones. El porte altivo de Mufasa y el carácter sobrio, elegante, ponderado y enérgico de Borja hacen dudar de si el hombre es ahora más rey o el rey es ahora más hombre. Borja preside nuestra manada Arrabalera con la misma sabiduría y la misma fuerza. Es un orgullo estar a su sombra.
Todo por la magia del teatro. Todo por el talento de una mujer. Todo gracias a su enorme amor por la escena y a su extraordinario respeto por el público.
Angeles, desde el foso en esta ocasión y desde donde sea preciso y tu lo ordenes SIEMPRE, te doy las gracias por contar conmigo y por dejarme participar con vosotros de esta genial aventura el teatro.

domingo, 12 de junio de 2011

NOS QUEJAMOS POR TODO. I love you ACCIONA.


Cuentan las crónicas que Don Pedro de Estopiñan, conquistador de Melilla, pidió dinero a Juan Alonso Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia. Él mismo se fue al puerto de Sanlúcar, alquiló un par de barquitos, se vino para Tres Forcas y puso sus banderolas y estandartes en Melilla la Vieja, que por aquel entonces, obviamente, no era tan vieja.
Si Don Pedro hubiera tenido que depender de Acciona-Trasmediterránea para venir a conquistar esto, seguramente hubiera dicho, con su acento gaditano, algo así como: ¡Mira, pisha! Con estos precios… ¡Que conquiste Melilla su puta madre!
Menos mal que la historia tiene sus sabios mecanismos y Acciona-Trasmediterránea fue fundada mucho después. Y no es que yo tenga muchas quejas, porque la gente está como indignada y la verdad, no sé a que viene tanto malestar.
Es verdad que los precios son un poco caros. Sí. Pero, ¿qué nos gastamos en comida todos los meses y no vamos al Supersol o a la pescadería de Mimón a darle la tabarra? Lo que pasa es que la gente es muy cómoda y prefiere comer a viajar en barco. ¡Con lo bonito que es viajar en barco!  ¡Y los problemas que da el comer! Yo cada vez que salgo  y me inflo de gambas rebozadas en el Bar Cinema o de solomillos en Casa Martín, a la mañana siguiente tengo una resaca tremenda. Igual tiene algo que ver la cervecilla, pero esa es otra historia.

Cuando viajas en barco tienes la ocasión de conocer el mar de cerca, volver a ser aquel pirata con quien soñabas de niño, disfrutar del glamour y de la elegancia y emular a De Caprio, por lo menos hasta la mitad de la película
También es verdad que los camarotes no están todo lo limpios que sería de desear, pero no hay que ser tiquismikis. ¿A quién no le agrada leer un poco lo que pone en la litera de arriba, escrito con rotulador indeleble o directamente con la llama de un mechero Bic, tradicional y sencillo? ¿A quién puede no gustarle aspirar el aroma centenario de esas mantas legendarias color diarrea clarito, llenas de historia y de recuerdos? Sobre todo de “recuerdos”.
Y los chicles… luego están los chicles. ¡Benditos chicles! Hay toda una leyenda en esos chicles pegados acá y acullá. ¡Cuántos de esos chicles han sido testigos de nuestros años de viajar, de nuestras esperanzas, de nuestros anhelos, de nuestras inquietudes…! Si esos chicles pudieran hablar, su sabio testimonio encarnaría buena parte de nuestra historia reciente. Y luego, que uno nunca sabe si se ha dejado el paquete de “Trident” en el coche.
La música con la que te despiertan es chuli. Ya lo era en 1967, y desde entonces no la han cambiado. Tiene que ser chuli por huevos.
Aunque lo que más me gusta es cuando te despierta William H.G. McNieffils (por darle algún nombre ficticio y/o anónimo y porque ese hombre tiene también una madre que lo quiere) una hora y cuarto antes de que el barco llegue a puerto.
 –TOC, TOC, ¡Málaga! ¡Málaga!
Te asomas a la ventanilla, si tienes la suerte de tener un camarote con ventanilla, porque si no te pegas un narigazo contra la pared, y ves… ¡el mar! Contemplas el inmenso y grandioso mar Mediterráneo, que en sí, es bonito y tal, pero que, desde luego, no es Málaga lo que se dice Málaga. Y es entonces cuando te planteas que en la tarjeta de embarque, en lugar de poner Melilla- Málaga, debería poner, Melilla-Veinte millas antes de Málaga. Se ajusta más a la realidad.
Luego, si bajas al garaje, mientras esperas oliendo el aroma de los hidrocarburos, quizá tengas la suerte de compartir con algún cernícalo y/o cafre y/o cefalópodo y/o capullo, los propios gases de su todoterreno que ha arrancado para ir calentando aunque falte más de media hora para desembarcar.
Esto de los paquetes familiares con coche y todo ese jaleo se está yendo un poco de madre. Los vínculos familiares hay que fomentarlos en casa e incluso en el colegio desde que los chavales son pequeñitos, que es cuando más aprenden. Lo del barco es meramente accidental.  Y llevar el coche a Málaga o a Almería no hace sino aumentar el tráfico en esas dos bellas ciudades, que ya de por sí están atiborradas de vehículos de todo tipo.
¿No es más bonito llegar al puerto de la bella capital de la Costa del Sol, pegarte un hermoso paseo por la pasarela y después coger un coche de caballos que te pasee y te deleite entre el olor de las biznagas, de la salazón del Perchel y de los caldos de la Casa del Guardia?
NO hay que quejarse tanto. NO hay que pagarla con ACCIONA-TRASMEDITERRÁNEA. Ellos hacen lo que pueden. Cierto es que parece que lo único que “pueden” es fastidiar a los atribulados contribuyentes de esta noble plaza, pero estoy seguro que es contra su voluntad. “Imperativos recónditos” que decimos los técnicos en la materia.
Yo quiero romper una lanza en favor de ACCIONA-TRASMEDITERRÁNEA.
Será una mierda, pero es NUESTRA MIERDA.