martes, 20 de septiembre de 2011

Algo estamos haciendo mal, Lightoller.


Cuentan las crónicas que aquella aciaga noche del 14 de Abril de 1914, se oyó al Capitan Edward John Smith, al mando del “Titanic”, pronunciar la famosa frase.
Serían aproximadamente las 23.40 de una hermosa noche atlántica cuando, tras jincarse un iceberg de tamaño más que discreto, el imponente transatlántico comenzó a hacer aguas. El segundo oficial Lightoller se aproximó a la cabina del ínclito capitán con el agua llegándole a la parte donde los mortales macho suelen tener los güinflis, llamó a la puerta del camarote y ante un sorprendido y somnoliento Smith, dio el parte de novedades.
-MI capitán, perdone que le moleste, pero dentro de unos treinta y siete coma dos minutos vamos a estar de agua hasta las calandracas.
-Algo estamos haciendo mal, Lightoller- fue la lacónica respuesta del mítico marino de la barba blanca.
Se sabe a ciencia cierta que, después de aquella frase, el único sonido que pudo articular como legado para la posteridad fueron algunos glu-glús de dudoso buen gusto pero de inequívoca interpretación.
Efectivamente, aquel día cambió la historia para un buen número de personas que, con un brindis al sol, se habían conjurado frente al destino esquivo y caprichoso que a menudo se pasa por los huevos todos los planes que el ser humano realiza, unas veces con cierto sentido y responsabilidad, y otras, con falta absoluta de sensatez y de mínima cordura.  A esta última opción es a lo que vulgarmente se le llama  “hacer planes con la punta del níspero”.
Considerando la actual situación sociopolítica, me vienen a la mente buen número de situaciones en las que presumo que “alguien” no lo está haciendo todo lo bien que debería.
Uno de estos bellísimos y soleados sábados  de principios de Septiembre, estaba yo haciendo lo segundo que mejor sé, es decir, tomarme una cervecilla con mi contraria allá en la playa de la Hípica,  cuando contemplé el majestuoso  vuelo de un helicóptero de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad  del Estado sobrevolando el litoral en busca de nohequé. Su sobria imagen me hizo recordar las decenas de noticias sobre la modernización de ambos cuerpos y/o institutos. Materiales de última generación, tecnología láser, comunicaciones vía satélite, especialización y reciclajes, cursos en el extranjero, modernización extrema, colaboración con la Unión Europea, la OTAN, la FIFA,  los EEUU, el Ballet Nacional de Nicaragua, el Museo de Aguacates de Salzburgo…todo es precioso. Tal es ahín, que si yo fuera o fuese un delincuente que pensara en delinquir, me lo pensaría dos veces. No obstante, leo estupefacto en la prensa del lunes que ya es la tercera o cuarta vez que llegan a Melilla, vía marítima, en una balsa de juguete, de esas de Bob Esponja, un grupo de entre ocho y diez inmigrantes. Todo esto, después de gastarse lo que no está escrito en “impermeabilizar la frontera” y de machacar mañana, tarde y noche, a los cada día más desanimados miembros de la Policía y de la Guardia Civil.
Me juego el cuello a que en el ánimo de cada uno de estos abnegados profesionales, jamás prende un más que comprensible pesimismo derrotista y que el trabajo, por el contario, los hace más dignos, más fuertes y más grandes pero…
Algo estamos haciendo mal, Lightoller.
En el Ministerio de Educación las cosas tampoco parece  que vayan demasiado  bien. Se invierte en educación, se habla de educación, se fomenta la educación, se hacen planes, proyectos, decretos… Los profesores –me consta- se dejan la piel y el alma en tratar de sacar de los chavales ese animal que todos llevamos dentro y que algunos, por desgracia, llevan un poco más afuera de la cuenta. Se reducen las ratios en el papel, se diversifican las ofertas educativas,  se ponen los colegios e institutos más bonitos que un San Luis… pero cuando rascas en el circulito plateado que algunos de nuestros  cachorros llevan en la frente, te sorprende el grado de desconexión neuronal que queda al descubierto. Por esos cuadernos llenos de borrones y de palabras escritas sólo con consonantes, algunas de ellas apenas identificables, pululan decenas de Delives, Cerbantes, Ermanos Kintero, Lelles de Mendel, adjetivos, alberbios, esperimentos, …
Profesores y maestros hacen lo que pueden, probablemente más de lo que pueden; muchos alumnos –gracias a Dios, muchos- luchan con uñas y dientes por escapar de este burrismo latente, pero…
Algo estamos haciendo mal. Lightoller.
Ya el tráfico es otra cosa. Pero otra cosa casi peor. Cada año se trata de reducir el número de muertos en nuestras carreteras. Como no tengo una funeraria, me parece muy bien.  Tenemos semáforos con monigotes que se mueven correteando como locos, con sonidillos para los sordos y tecnología LED  para los que no vemos un nardo. Tenemos unas franjas blancas en nuestro pavimento, que se ven desde  Júpiter aunque esté nublado. Tenemos los mejores agentes del orden que uno imaginarse pueda. Tenemos el ciento y la madre de vehículos de la más variada procedencia y factura al servicio del tráfico rodado en nuestras calles, plazas, parques y jardines. Tenemos rotondas, miles de rotondas, millones de rotondas… Y sin embargo, el nivel de hijoputismo al volante no hace más que aumentar cada día de forma –a mi modesto parecer- más que preocupante. Si alguien duda de esto, le invito a hacer, conmigo de copiloto, el trayecto que hago cada noche  a eso de las nueve, desde el centro al Real. Si vemos menos de treinta individuos haciendo el cafre, y no me refiero a pequeños descuidos o leves infracciones, sino a verdaderas y monumentales cabronadas al volante, me los corto, me hago unas maracas y ahí mismo le canto “Madrecita del alma querida” en la versión que elija: Machín o Celia Cruz.
Aunque jamás me atrevería a atribuir responsabilidades, tengo, como casi todos –supongo-, mis sospechas. Lo que sí esta claro es que…
Algo estamos haciendo mal, Lightoller.
En fin, como dijo el Hombre Elástico de "Los 4 Fantásticos", “No quiero extenderme más de la cuenta”. En ese caso, seguramente alguien me diría... ya sabes.