miércoles, 8 de diciembre de 2010

La lista de la compra.



La primera vez que visité el Supersol con mi mujer, me pareció el lugar más romántico del mundo. Lo tenía todo, bonitos paisajes (charcutería, pescaditos. . .) amplias avenidas graciosamente dispuestas, musiquilla romántica (me parece que era de Perales), y yo paseaba de su mano, sin perder de vista las ofertas 2x1 y todo eso. -¿Te apetece un poquito de queso de ese que huele a sobaco, cariño? Me decía con la mirada cálida y los ojillos soñadores. –¿Te cojo otra botellita de Marqués de Riscal, gordí? –añadía al rato- Ya sólo te quedan seis en casa.
Fueron unas semanas maravillosas. Cada compra semanal era una fiesta y un jolgorio y un ya te digo.
Al poco, mi contraria me dio la primera nota. ¡Que nerviosismo! ¡Qué emoción! Iba a hacer una compra yo solito. Como los hombres de verdad. Pues, una mierda para mí y otra para los hombres de verdad.
Me explicaré. Teniéndome por un individuo de recursos, decidí no limitarme a la mera literatura e improvisar cuando la falta de detalles en el pedido así me lo pareciera indicar.
Si en la nota ponía “champú para cabello graso” y ahí terminaba la información, yo tenía como unos trescientos champúes (o champuses) donde elegir, todos ellos “para cabellos grasos”. Y entonces optaba por uno con PH neutro y olor de guayaba o de almendra salvaje.
Si en la nota ponía “quitamanchas”, yo buscaba entre los más de seis mil diferentes en stock y cogía uno con un calvito de brazos cruzados que me caía super bien.
Y cuando esa santa que preside mi humilde hogar empezó a desgranar la lista de mis desdichas, se abrió la caja de Pandora y escaparon los truenos.
-¿Es que tú no sabes que a mí la guayaba me da cosa? –y después- ¿Y por qué no has traído quitamanchas de amoníaco, que es el que usa mi madre?
Y después seguía con el fuagrás, con los esnakis, con el papel higiénico, con el shopper. . .
-Pues yo pensé que. . . -no pude terminar.
Porque ella soltó la frase que ha marcado mi vida de forma indeleble e imperecedera.
-Cuando yo te dé la lista de la compra, ¡TU NO PIENSES!, ¡OBEDECE!
Y así lo hice. Y no sé que fue peor.
De las sesenta o setenta cosas de la siguiente lista, me parece que, como mucho, le llevé catorce o quince.
-¿Es que no había sopa Maji de calabacín?
-No. La que había era de Nor.
-¿Y por que no te la has traído de Nor?
Si hubiera podido pensar, seguro que me la habría traído de Nor, o de Avecrens. Pero aún resonaban en mi oído las crueles palabras ¡No pienses! ¡Obedece!
Con otras cosillas, el truco es infalible. Y la respuesta suele ser “Déjalo. Ya lo hago yo. ¡Que no valéis para nada!”
Pensé que con esta actitud decidida y varonil, había ganado una batalla en favor de la emancipación del varón y la liberación del género a la hora de ser involucrados en tareas viles y rastreras como la compra semanal.
Pues otra mierda para mí y otra para la emancipación del género.
Porque, de nuevo la astucia femenina se impuso.
Desde aquel aciago día, las listas de mis compras vienen cuajaditas de detalles.
-Fregasuelos Arrichaka, olor a pino mediterráneo, de la parte de Manilva lindando con San Roque, tarro blanco semi- opaco con etiqueta verde esperanza y ligeros tonos en pistacho clarito, tapón rojo fuerte con rosca para la derecha. Lo quiero en tamaño familiar, que viene a corresponder a unos 1000 c.c. según las normas de capacidad de la YUPAC, con sede en Lovaina (Suiza).
-Paté de pechuga de pato joven, marca Apish, a las finas hierbas, a saber: hinojo, romero, albahaca y perejil. La lata es cilíndrica en tonos ligeramente dorados y con leyenda en marrón y negro azabache. Tamaño estándar de trescientos treinta y seis gramos.
Creedme, ahora es un infierno. Me tiro leyendo tres horas para elegir cada producto, me vengo cargado como una burra, y encima, si no encuentro algo como estaba escrito, me aplica la Ley de vagos y maleantes del Franquismo, según Decreto ley 554/55 de Junio de 1958.
Gracias a Dios, el champú de melocotón del Atilano, no hay cojones de localizarlo. No hay en toda la tienda ni un bote de champú que lleve o el nombre o el dibujito. Y aunque ella insiste en apuntarlo día tras día, juro por mi honor que jamás, repito, JAMÁS, llevaré a casa el puto champú de melocotón del Atilano.
Mi Virgi lo intentó, angelito. Me dijo que no tenía más que irlos oliendo uno por uno. ¡Los diez mil!
¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Hombre hasta la muerte!
Vamos, digo yo.

3 comentarios:

  1. Aayyyy...qué gracia tienes,jodío!!!!, he llorado y todo de la risa,me has hecho pasar un buen rato aquí delante del ordenador y no sabes cuánto te lo agradezco. Un abrazo!!!

    ResponderEliminar
  2. Pedro, tienes mas razon que un santo, jajajaja. Por cierto, ¿que hay del portatil de tu hija, como va la cosa????

    ResponderEliminar
  3. La lista de la compra se transforma en la biblia de la compra con todo lo que tienes que leer.Un abrazo Pedro

    ResponderEliminar