Cuentan los códices de la época que San Policleto de Alejandría, astrónomo, erudito, profeta, y mártir, de natural optimista y dicharachero, empezó a dudar seriamente de su buena fortuna cuando la trigésimo cuarta piedra que le impactó en el cráneo salpicó de bolodilos de sesada su hasta entonces nívea túnica de lino de Galilea.
Con el ojo que le quedaba abierto después de aquellos tres cuartos de hora recibiendo pedradas amarrado a un poste, lanzóle un guiño a una bella samaritana de Samaria que por allí pasaba ajena, o tal vez no, al tumulto y al vocerío. La guapa samaritana, contagiada del griterío y dejándose llevar por la enfervorecida masa, ignoró la lisonja gestual del dubitativo mártir y, recogiendo del suelo una muestra más que regular de roca basáltica entreverada con pirita de manganeso, endiñóle sin miramientos el loscazo número treinta y cinco.
Gaudeamus Ígitur, legionario veterano de la Séptima , a la sazón guarda encomendado del orden en la ceremonia, interrogó de esta forma al infortunado mártir:
-¿Todavía te quedan ganas de juerga, cebollino?
-En los momentos malos, amigo Meneamus…
-¡Gaudeamus!
-En los momentos malos, querido Gaudeamus, hay que agarrarse a un clavo ardiendo.
San Policleto habría pasado a la historia con más pena que gloria de no haber sido porque tuvo a bien inventar la mercromina y por sus enseñanzas sobre el mal recurrente y los clavos ardiendo.
Y en eso andamos.
No hemos cambiado tanto desde el siglo equis, palito, palito.
Y desde luego, no nos va mucho mejor que al exégeta de Alejandría.
Nos están forrando a sopapos mañana tarde y noche y, lejos de saltarle al cuello al verdugo de turno, ya sea la Comisión Europea , ya sea el Ministro de Economía y Hacienda o ya sea el tontaina del banco que no nos quiere refinanciar la hipoteca porque no se fía ( y hace bien), nos dedicamos como españoles de pro, a buscar ese rinconcillo común del buen rollo y la francachela amable e intentamos, tarde tras tarde, olvidar el mal rato que nos están haciendo pasar. Es una especie de resignación racial no exenta de cierto fatalismo hedonista con tintes ibéricos, muy de nuestro estilo. Es como si Viriato hubiera pensado “Mira, no son tan malos estos romanos. Me voy a tomar un chupito de oporto y a ver si mejora el panorama” en vez de liarse a matar romanos como en el “Imperivm II” de Nintendo.
Ahora, más que nunca, estamos agarrando cada uno el clavo ardiendo que nos pilla más a mano.
Nos viene de perlas que Fernando Alonso gane de vez en cuando y ni siquiera nos importa esa mala follá que parece irle invadiendo lenta pero inexorablemente.
Vivimos con el Barcelona o el Madrid cada uno de sus éxitos, sus batallas y sus vicisitudes, y nos duele la mano chunga de Casillas mucho más que esta artrosis financiera que nos tiene medio doblaos y mirando al suelo.
Gracias al cielo, hay clavos ardiendo para todos.
Y está el iPad.
Y está el wassap.
Y está el Canal Cocina.
Y tenemos los mejores restaurantes del mundo. Aunque si quieres comer en alguno de ellos, tienes que empeñar el iPad y empezar a mandar los wassaps con la epileidi.
El paro anda por las nubes, los recortes nos tienen de una mala leche casi perpetua y esa mierda de la prima de riesgo es como aquella vecina del segundo que tuve yo, que cada vez que mis padres se iban y teníamos jarana en el tercero, se empeñaba en subir y al final nos fastidiaba la fiesta. Se llamaba Magdalena y además era como un gremlim; cuando le caía agua se ponía como loca.
No nos va –decía yo- nada bien, pero lo peor es que a algunos, a muchos en realidad, parece como si hubiera empezado a darles lo mismo. “Ya mejorará la situación”, dicen. “Esto no va a seguir siempre ahín”.
Y luego están quienes protestan mal o a destiempo. Recuerdo aquel muchacho de frondosa melena que se quejaba en un telediario, de las tasas universitarias. “Es que si tardas tres años en sacarte una asignatura, se te va un pastón”, explicaba. Si. Ahí tengo que reconocer que llevaba más razón que un santo. Más razón que San Prolígeno, por ejemplo, que sacó su carrera en los cinco años reglamentarios.
Para unos y para otros, siempre está el clavo ardiendo. Siempre hay hacia donde mirar si no nos gusta lo que vemos y siempre hay algo o alguien a quien echarle el muerto si no nos gusta lo que tenemos.
En los ochenta, era la costumbre pedir la dimisión de Martín Villa, ministro del interior, cada vez que a alguien se le torcía la mañana. En cierta ocasión, en una manifestación contra las matanzas indiscriminadas de focas en Groenlandia que, no se quien había convocado en la Puerta del Sol, varios sujetos portaban pancartas con el rótulo “Martin Villa. ¡Dimisón YA!”.
Como dice el pasodoble “Entre flores fandanguillos y alegrías…”
Es que somos la leche.
Pero nadie me malinterprete. Yo no digo que esté mal esto de agarrarse a sabe Dios qué mientras salimos o no a flote.
Yo lo que digo es que si al toro lo quieres coger por los cuernos, no puedes a la vez ponerte a ver el fútbol. Si el toro es malo, le das cuatro pases, le pones las banderillas, lo matas, y luego te comes un estofado de rabo con patatas, si quieres, mientras ves como gana el Liverpool. Pero primero, amigo mio… Primero lo toreas.
Como dijo Tito Puente en el “Tropicana”, “Hay que mover el bullarengue”. Los que tengan trabajo, a moverlo bien y con responsabilidad. Los que no, a buscarlo con ganas y sin tonterías, con las ideas claras y sin que se nos caigan los anillos.
A este temporal no hay que ponerle buena cara, hay que bandearlo con decisión y con coraje.
Seguramente, vamos a salir de esta y nos reiremos después recordándolo. Pero, de momento, hay demasiada gente que no lo está pasando nada bien por mucho “Salvame” y mucho fútbol y mucha romería que les montemos.
Y además, los hay tan desgraciados, que cuando por fin han encontrado el clavo ardiendo al que agarrarse… estaba dibujao.
Leído con mucha atención la mañana del domingo 19 de mayo de 2013.
ResponderEliminarEs uno de los remedios que nos quedan, aunque muchos ni se enteran y lo que es peor, miran para otro lado por si les señalan. ¡Pais!
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