jueves, 23 de enero de 2014

El Santo Padre y el soldado Ryan.


Supongo yo que aquel día en plena Segunda Guerra Mundial en que al Capitán Miller (Tom Hanks) le dijeron aquello de “Mira, chaval, te vas, buscas al soldado Ryan, lo rescatas y se lo llevas a su madre sano y salvo, que la pobre mujer está de los nervios”, al ínclito Miller tuvo que sentarle de  maravilla.
-Es fácil- le dijo el Coronel Parker-. Sólo tienes que saltar tras  las líneas enemigas, cruzar media Europa, enfangarte hasta las rodillas en lodo y mierda y vértelas con una pila de nazis cabreados y faltos de sus dosis diarias de  “kartoffen”.  Coges al chiquillo y te lo traes. ¡Pan comido!
Afortunadamente, como al capitán Miller lo mandaron con un grupo de aguerridos marines, el más pequeño de los cuales te podía romper la crisma de un sopapo, la misión tenía, por lo menos en principio, una leve aunque significativa posibilidad de éxito.
Otra cosa es que le hubieran dicho “Mira, pringao, te vas a ir y tal y cual, pero te vas a llevar a seis o siete idiotas contigo”. En ese caso, la misión, o directamente no habría empezado, o no habría terminado bien y el pobre soldado Ryan andaría criando malvas en sabe Dios que oscuro cementerio de la Baja Sajonia, justo donde hacen las famosas salchichas  Bräuwurtenshtrassembaüer.
-Coronel Parker -habría dicho Miller,- con esta manada de cipotes no se puede ir ni a la playa de los Boliches, con que lo de acercarme por la de Omaha, con el debido respeto, ¡un mojón!
Y yo, la verdad, lo habría comprendido.
Para llevar a cabo cualquier misión, especialmente si es delicada, el equipo es fundamental. Impedimenta, víveres, logística e incluso asesoramiento psicológico se hacen cada día más necesarios en cualquier proyecto pero lo más importante es, desde luego, escoger muy bien al socio en la faena.
La vida me ha ido enseñando a escoger pulcra y concienzudamente a mis compañeros de viaje. Algunas veces, el  “Tú si que vales” vital ha sido doloroso, pero es que no puedes ir en este tren de la vida con un gilipollas en el asiento de al lado escuchando a Camela en voz alta todo el rato o sacándose mocos cada diez minutos sobre todo si el trayecto es largo o hay baches en el camino.
La vida de los creyentes entre los que tengo a bien incluirme está salpicada –Dios lo sabe- de cientos de obstáculos. Unos los vas saltando con la fuerza que te da la experiencia y las hostias que te vas llevando en el trayecto; otros te hacen perder un tiempo precioso para, al final y después de casi ceder a la desesperación, terminar rodeándolos no sin cierto remordimiento; en muchos, pierdes el aliento y te cansas… reniegas…
Intentamos no perder esa Fe que tanta falta nos hace y vamos atravesando poco a poco esta autovía hacia el “más pallá” tratando de no dejarnos los cuernos en la primera farola que nos encontramos fuera de su sitio. E intentamos hacerlo con alegría.
A mí me inspiran las palabras de San Bernardo y le hago, quizá, más caso de la cuenta. “Una copita de vino te acerca a Dios”. ¡Grande San Bernardo!
Y me encantan las de San Felipe Neri. “El hombre de Dios ha de tener siempre buen humor”. Además, no encuentro razón para que sea de otra manera.
Por eso cada día me indigno más con quienes se toman a chufla el sagrado mandato bíblico de hacer el bien siempre que se pueda y de no tocarle los huevos al vecino, a no ser que se tenga un motivo bien gordo.
Es verdad que, si quieres, las Sagradas Escrituras las puedes interpretar, puedes relativizar sus contenidos, puedes matizar todo lo que te apetezca… pero al fin y a la postre, y quitando toda la farfolla y la letra pequeña, lo más claro que sacamos es que, si queremos amar a Dios, tenemos que empezar por amar al prójimo, entre otras cosas porque a Dios, hay días en los que es dificilillo verlo, y al prójimo, lo tenemos más a mano.
Mi indignación aumenta cuando son precisamente los que tenían que servir de ejemplo, los que peor nos lo ponen cuando más falta nos hace afirmarnos en nuestras creencias.
En cierta ocasión, charlando con una buena amiga, religiosa por demás, y de las mejores, hablábamos de los problemas de la Santa Iglesia Católica.
-Luz Armenia – concluí diciéndole,- me parece a mí que el peor enemigo que tiene la Iglesia, ahora mismito, es la propia Iglesia.  
No hablaba de los miles de religiosos en zapatillas y vaqueros, que se desviven día a día en la ingrata tarea de seguir el ejemplo de Cristo en la humildad y la caridad, lejos del oropel y de los manifiestos, trabajando a ras de suelo con los que necesitan de la comprensión y de la palabra. No hablaba de los que se mojan, de los que te escuchan, de los que no discriminan, de los que no tienen  miedo a perder nada porque nada tienen…  No hablaba de ellos.
El virus está más arriba, pegado a los micrófonos y a las cámaras, en los despachos, lejos del polvo y el sudor.  Quiero creer que son cuatro gatos, pero están como envalentonados y hacen mucho ruido. Demasiado ruido. Y como en el mundo no hay apenas problemas de los que ocuparse, esta manada de pazguatos amargados y de soplapollas melindrosos y victimistas pierde el sueño y malgasta sus energías en, por ejemplo, repudiar a los homosexuales.
Porque Dios lo explicó bien clarito –por lo visto-. El prójimo tiene que ser, o un hombre o una mujer. Y se acabó lo que se daba. Los demás, o son escoria o es que “están enfermos”. A los gays y a las lesbianas hay que tolerarlos, pero poco más.
Sí. Son humanos. Vale. Pero cuanto más lejos de la Iglesia, mejor.
Amigo Francisco. Tienes por delante una faena importante y hasta la fecha, has venido demostrando una cierta gracia, casi torera. Tienes estampa. Se te ven maneras. En el paseíllo  se te ha visto garboso, con empaque y con salero. Sabemos de tu valor.
Pero vigila un poco a la cuadrilla porque a ti -y a nosotros- nos va la vida en ello. Y si tienes que mandar a alguno a la cola del paro, que no te tiemble la mano.
Los muchachos del Capitán Miller cumplieron con su encomienda y rescataron al soldado Ryan.

Amigo Francisco, tú  tienes ahora otra misión. Tienes que salvar a “otro Ryan”. Pero con este pelotón que estás formando, lo raro será que cuando lo hayas encontrado, no sea el propio Ryan el que te pegue un tiro por la espalda.