domingo, 26 de junio de 2011

Angeles y el teatro.

Se le ve deambular por los camerinos con la mirada felina y suspicaz. Se fija en todo, lo inspecciona todo, habla poco, dice mucho, y transmite confianza, pero, sobre todo, energía. Me imagino que el General Bradley tenía esa misma mirada el “Día D” frente a las playas de Normandía mientras contemplaba a sus muchachos antes de empezar la faena.
Supongo que, por dentro, recuerda los muchos ratos de dudas, de flaqueza, de desesperación, de desánimo... Supongo que en algún momento, durante todos estos meses de trabajo, ha atravesado miles de veces esa zona cenagosa y gris en la que, hasta los más tenaces se ven tentados para mandar a la mierda al lucero del alba y retirarse a los cuarteles de invierno con el teléfono desconectado y una buena provisión de cerveza en la nevera. Supongo también que tiene miedo, porque nadie dijo jamás que los valientes no lo tengan. Supongo, en fin, que para ella, todo este festival de personajes, canciones, maquillaje, atrezzo, tramoya, lentejuelas, risas, sudor, cansancio, temores e ilusión, se convierte a ratos en una extraña pesadilla de colores.
Para los demás, es un reto en el que cada uno intenta dar lo mejor. Para ella es como una vida en pequeño. Nace un proyecto, cobra vida con la velocidad de sus pensamientos, se reproduce con sorprendente celeridad, y muere entre aplausos y “bravos” en una catarsis espectacular e increíble.
Para los demás, esos vítores y esa algarabía son una recompensa formidable y reconfortante. Para ella, suponen siempre el pistoletazo de salida ante el siguiente proyecto. Los que la conocemos, sabemos que cuando sale a saludar y a recibir el cariño y la admiración del público y el apoyo incondicional de sus subordinados en el escenario y tras las bambalinas, su mente viaja como la luz de los focos, hacía un nuevo reto. Sonríe. Algunos, incluso, la hemos visto llorar. Pero no está ahí. Está ya trabajando. Vuelve a sentir la acuciante necesidad de liberar la devastadora energía de su incontrolable talento creativo.
Todo vuelve a empezar.
Un par de llamadas y se reúne el Estado Mayor. Se toman decisiones, se evalúan los riesgos, se reparten responsabilidades, se adjudican los papeles...se vuelve a sentir la magia del teatro. Y vuelve a verse en sus ojos el brillo acuático de la ilusión y el desafío.
Una vez fijado el rumbo, la capitana retorna a la soledad de su recámara en la que solo Manuel está autorizado a entrar. Con cierta cautela respetuosa entre la admiración y el cariño, Manuel despliega las cartas de navegación, ribeteadas de notas y de dibujos, de ideas y de chispa creadora, de talento, de constancia, de sensatez. Es el General Patton. Es el alma de la bestia. Es la poderosa sombra fresca y agradable del baobab.
Con el tiempo, la obra empieza a caminar sola, con tropiezos, con inseguridad, pero vigilada bien de cerca.
La música lo va llenando todo. Juan Carlos respira música, huele la música; es capaz de “ver” la música y en su cerebro las notas empiezan a convertirse en animales que acechan en la sabana, en aves que surcan el cielo sobre la jungla, en el agua que mana de una roca en el Serenguetti...
El duende de la danza, contagiado por el entusiasmo, se apropia del cuerpo menudo y fibroso de Noe y arrastra en su vertiginoso giro a una marea de antílopes, de hienas, de flamencos, de cebras, de fuego y de agua. Y todo se mece al ritmo de los tam-tams en una magnífica tarde de verano entre las altas hierbas de la llanura.
El elefante de madera y gomaespuma barrita impaciente. Su Gepetto particular, Inca, está punto de darle la vida; un poco de cola aquí, un retoque allá, un brochazo por abajo, otro por arriba y de las manos de la creadora, a la charcas de Kirawira donde se reunirá con las altivas jirafas y con los orgullosos rinocerontes.
Manuel termina por darle forma a unos tablones y a un par de ramas y una singular naturaleza de cartón y cola se manifiesta auténtica y grandiosa con el sol del Kalahari como telón de fondo.

Pero ni siquiera el sol de la sabana sale sobre el horizonte de tela blanca sin el permiso de la todopoderosa Macu. Macu es el chamán de los Watussi, la bruja roja de los Massai, la reina de los Yoruba. Los treinta mil ñúes de la manada se contienen nerviosos y expectantes hasta que de su garganta no sale el grito de acción. Solo ella es capaz de tal proeza.
Entretanto, de entre andamios y paneles surge una manada de leones. El porte altivo de Mufasa y el carácter sobrio, elegante, ponderado y enérgico de Borja hacen dudar de si el hombre es ahora más rey o el rey es ahora más hombre. Borja preside nuestra manada Arrabalera con la misma sabiduría y la misma fuerza. Es un orgullo estar a su sombra.
Todo por la magia del teatro. Todo por el talento de una mujer. Todo gracias a su enorme amor por la escena y a su extraordinario respeto por el público.
Angeles, desde el foso en esta ocasión y desde donde sea preciso y tu lo ordenes SIEMPRE, te doy las gracias por contar conmigo y por dejarme participar con vosotros de esta genial aventura el teatro.