martes, 14 de agosto de 2012

La siesta y el término medio.


Quizá por efecto de las altísimas temperaturas o por el difícilmente ponderable efecto de las sobredosis de gazpacho y salmorejo en una mente estándar, tirando a simple como la mía, debo admitir y admito que hay tardes en las que me tumbo en el sofá a las dos cero cero y me levanto directamente para la cena.
Esto no es preocupante en sí mismo, pero sí que abre ante mí una serie de interrogantes cartesianos e inevitablemente me somete a un cierto nivel de incertidumbre. No llega a desasosegarme el sosiego… pero casi.
Es entonces cuando me doy cuenta de lo importante que resulta en esta vida encontrar el justo término, el nivel de equilibrio, el Ying y el Yang o, como habría dicho mi abuelo, la madre del cordero.
Examinemos las variables sobre un campo determinado: el sofá.
Después de una suculenta ensalada de habichuelas con patatitas y de un par de vasos de Ribera del Duero con casera, el número de actividades a realizar hipotéticamente sobre un sofá de Muebles Carmona queda reducido notablemente. Tomamos entonces en consideración la variable S = siesta. Porque si está la tele encendida y mi Virgi despierta, las opciones son, o S o SD, es decir, o siesta o Sálvame Diario.
Cierto es que, a veces, mi contraria se queda frita y entonces me permito introducir la extremadamente rara variable NG = National Geographic. ¡Ah, amigos! ¡Eso sí que es vida! Nada más aparecer el primer cocodrilo se me quita el sueño. Aunque los leones tampoco están nada mal. O el gran tiburón blanco de Nueva Gales del Sur, que me parece a mí que es el mismo en todos los reportajes. Entonces sí que disfruto viendo como entre unos cuantos despellejan al más tonto. Bueno, en cierto modo es como el Sálvame, pero al aire libre.
Cuando ya he visto como se comen dos o tres ñús, ñúses o ñúes, dos o tres focas y dos o tres cebras, a la par que me interrogo sobre la metempsicosis o transmigración de las almas, rezo por no reencarnarme jamás en una foca de Nueva Gales del Sur e intento buscar en otro canal algo que echarme al coleto. Pero al cambiar de canal, estos cabrones del TDT no se qué mierda hacen con el volumen que al final, mi Virgi se despierta y hábilmente me quita el mando; me refiero al de la tele, el otro… hace años que lo perdí.
No es que la vida de Carmina Ordóñez no tenga su interés, que seguro que lo tiene, pero para seis o siete minutos, no para tres horas; sobre todo, no para tres horas cada tarde, de lunes a viernes. Aunque la verdad es que, gracias a Dios, mi contraria lleva un par de semanas con el “Apalabrados” y, además de estar cogiendo un vocabulario que te mueres, parece que ha relajado bastante lo del Sálvame. Me deja más libre y además me instruye y me culturiza.
También podía leer un poco, pienso. Pero cuando se introduce el factor “libro” sobre el factor “sofá de Muebles Carmona”, inevitablemente vuelve a presentarse la variable S = Siesta y me vuelvo a quedar dormido como un angelito.
-¡Míra mi gordo!-oigo decir a Virgi con cierto cariño. ¡Cómo disfruta!
Definitivamente, Saramago, Murakami o Auster no son compatibles con la sobremesa. ¿Y si probara con “Mortadelo y Filemón contra el Gang del Chicharrón”? ¿O con el “Micho” verde? Sinceramente creo que sería lo mismo. Más de siete letras a la hora mencionada incrementan el peso de los párpados y relajan la respiración a unos niveles que llegan a asustar.
¿No podría yo ver un poquito de tele, leer un rato, dormir una siestecilla y levantarme como nuevo, encontrar ese justo medio, ese equilibrio formidable entre la mera subsistencia post almuerzo y una moderada instrucción cultural y audiovisual? Definitivamente no. Ya lo he probado casi todo.
Durante el pasado mes de Julio, incluso me hice el fuerte y estuve yendo a nadar cada día, inmediatamente después de comer. Los casos de nadadores que se hayan quedado dormidos en pleno ejercicio son –ya lo he mirado en Google- contadísimos y por ello cada tarde era para mí una auténtica muestra de afirmación y de convencimiento. ¡La siesta estaba vencida! Pero la verdad es muy distinta y a veces, cruelmente distinta. Como yo comenzaba mi entrenamiento a eso de las dos o dos y media, y no nadaba más que durante una hora u hora y cuarto, volvía a casa a eso de las cuatro menos cuarto o las cuatro. ¡Justo a la hora de la siesta! Y encima, más muerto que vivo.
Dicho lo cual, terminé por concluir que, sobre un terreno dado al que denominábamos sofá de Muebles Carmona, si a la variable S = siesta, le sumamos la variable N = natación, la variable primera se potencia y se convierte en S2.
-Chato, ¿tú estás seguro de que esto de ir a nadar es para no dormir la siesta?- me interroga Virgi meditabunda.
¿Lo mejor de esto? Por efecto del ritmo respiratorio al que someto a mi cuerpo galano en mis múltiples series de “crawl” y braza gitana, hay veces en las que, sin yo quererlo, los inigualables efluvios del salmorejo de mi Virgi cobran una inusitada libertad y fluyen solidarios y alegres al exterior, llevando (supongo) a los nadadores de las calles tres y cinco a un éxtasis gastronómico inigualable, sobre todo cuando hace levantillo.
Y en eso estamos; buscando ese justo equilibrio en mis sobremesas estivales mediterráneas. No pierdo la esperanza. Seguro que lo logro. Me quedan aún dos semanas.
Voy a echarme un ratito a ver si se me ocurre algo.