Soy -tengo que admitirlo- un “voyeur” televisivo. Hay días en los que me sorprendo detenido ante la pantalla, como si de la mítica Medusa se tratara, convertido en piedra por mi volubilidad y mi incapacidad para apartar la mirada.
Suelo moverme por un reducido número de canales. En el Plus, de vez en cuando me conecto al 66, “Caza y pesca”, al XX, “Canal Cocina”, o a los clásicos “Discovery”, “Odisea” y “Nacional Geographic” o incluso al “Viajar” porque ahí se conoce buena parte del mundo sin salir de casa, y también salen cosillas de gastronomía.
Pero hay ocasiones en las que, buscando en la parrilla esos hitos ya trillados y familiares, aparece en pantalla algo, un destello, un flash, una pincelada de algo que me aturde, me anestesia y me hechiza como el canto de una sirena griega encantadora y fatal.
Un día es Carlos Sobera que propone a una pareja de señor entrado en años y chica joven y dicharachera -al parecer, su hija-, un interesante dilema: ¿Cuál de estos nombres no es egipcio? Y la pareja tiene que apostar una buena cantidad de dinero sobre alguna de estas opciones: Akhenatón, Ramsés, Sócrates y .Anwar.
-Pues yo… es que no leo muchas cosas egipcias- dice la muchacha.
-Puede ser Sócrates , porque me parece que ese era italiano –dice el señor.
Sobera empieza a descojonarse, pero como es vasco, sabe disimularlo medio bien.
La chica razona.
-Puede ser Anwar, porque en inglés significa “una guerra”. Si. Va a ser Anwar.
Sobera, vasco y todo, ya no puede más.
-Si, puede ser, dice entre sollozos.
-Mira –concluye el padre- todo a Akhenatón y que sea lo que Dios quiera.
-¿Estás seguro?
-Si. Partenón… Akhenatón… ¡Es griego! ¡Seguro!
Al ratillo, padre e hija se abrazan y comentan lo bonito que ha sido “ir a jugar”.
Yo, en casa, comento lo bonito que habría sido estudiar un poquillo más cuando tuvieron que hacerlo.
Otro día es una especie de show en el que cada hombre, o cada mujer, o cada “viceversa” tiene que demostrar lo arrastrado que puede llegar a ser el ser humano con tal de salir en la tele un par de días y hacerse ligeramente famosillo.
Por lo visto, unos y otros van a buscar novia y son todos guapos a rabiar.
-Willy, me han dicho que anoche te has cepillado a Jenny.
-Si pero eso no significa nada- dice Willy. Yo sigo queriendo a Candy.
-Si –dice Candy. Yo voy a luchar por él.
Y se levanta otra del fondo y añade orgullosa: -Es que yo también me lo cepillé el otro día en el hotel y eso no quiere decir nada. Cada una es como es.
-De todas maneras –añade el mozo- mi favorita sigue siendo Mariloli.
Mariloli, con una minifalda que deja ver parte del melendrete, suspira orgullosa.
La presentadora le pregunta que piensa ella.
-Yo no hablo con estas furcias que nada más piensan en tirarse al primero que aparece.
-¡Eso no es cierto! –arguye otro del fondo. Yo aparecí el tercero y también me he cepillado a Mariloli.
El concurso es una joya.
Con el asunto de la cocina la cosa no alcanza niveles muy superiores, y eso que el tema culinario es sagrado, por lo menos para mí.
Hay un espacio-concurso en el que nohecuántos candidatos aspiran a ser super-chefs. Se les somete a algunas pruebas y un jurado especializado decide quién tiene posibilidades y quién se vuelve a casa a seguir pelando papas y soñando con ser el nuevo Adriá.
La dinámica es la siguiente: los chicos y chicas se matan cocinando y después el jurado los chulea.
-Esta bechamel no se la doy yo ni a mi perro.
-¿Has hecho la salsa con cemento o es que eres así de imbécil?
-No solo no voy a probar la mierda de puré que has hecho sino que en cuanto se dé la vuelta el cámara te voy a meter dos hostias que te vas a enterar.
Los jueces, igual cocinan que da gloria, pero de modales andan regular.
No he conseguido ver más que uno o dos episodios y termino siempre cabreado.
Mucho más relajante me resulta otro espacio en el que “alguien” siempre tiene “una cosita” que le quiere decir a “alguien”.
El presentador los separa con una especie de biombo grandote y te cuenta primero la historia de uno de ellos.
-Yo tiré a mi hijo por el wáter y cuando lo rescataron los bomberos y me lo devolvieron, lo mandé por SEUR a Somalia. Ahora quiero que me perdone.
Lo peor es que, de vez en cuando, el otro pobre va y lo perdona.
-Yo engañé a mi marido con su jefe, con el fontanero y con la plantilla entera del Covaleda Futbol Club, incluido Bimba, el camerunés, que salta cada día mejor y que el día que le dé a la pelota se lo van a rifar en primera.
-¿Y ahora le vas a pedir que te perdone?- dice el presentador.
-No. Le voy a decir que es un gilipollas. Es que se me olvidó decírselo cuando lo eché de casa.
El programa no tiene desperdicio.
Pero aún los hay más sangrantes.
“Mira la casa que tengo, pedazo de pringao”, o algo ahín, es como se llama mi favorito.
Un colega, casi siempre arquitecto, te enseña la casa donde vive. Lo peor es cuando te presenta a Lilly, la sirvienta.
-¿De dónde eres, Lilly?
-De Ecuador.
-¿Y tienes papeles?
-No. El día menos pensado le meto un “crujío” al pijo este que se le van a quitar las ganas de enseñar la casa.
Otras veces es una parejita de cincuentañeros podridos de dinero y con un gusto exquisito por el arte conceptual.
-Yo soy Alberto Ernesto.
-Y yo Maria Daniela, pero podéis llamarme Fufi.
-¿Y a quien se le ocurrió hacer un bidé con cascaras de cañaillas, Fufi?
Es cierto que la tele relaja, que acompaña, que llena un hueco formidable en los silencios de toda relación, que nos permite saber y conocer, que ayuda, que puede, incluso, instruir…
Es cierto que la tele es una forma de entretenimiento barata y asequible.
Es cierto que la tele nos permite llegar a donde las obvias limitaciones de la física nos lo impiden, pero hay días en los que pienso seriamente en la posibilidad de sustituirla por una pecera con calamares o por una repisa con huachifofos de yuca y magüéi.
No obstante, no todo es negativo.
La tele te ayuda a dormir, especialmente después de comer.
La tele nos convoca y nos compacta.
La tele nos ha hecho vibrar con Alonso, Nadal o “La Roja”.
La tele nos informa… a veces.
Lo que sí hay que hacer es ser exigentes, discriminar y seleccionar.
Y tampoco pasa nada si, de vez en cuando, hacemos un poco el “voyeur”. Luego un ALMAX y aquí no ha pasado nada.