jueves, 21 de febrero de 2013

JAZZ "El experimento" ("Estás herido").

El pasado día 19 de Febrero, en una charla sobre JAZZ titulada "Pero... ¿lo has probado?" y enmarcada en las XVII JORNADAS DE JAZZ organizadas por la UNED de Melilla, bajo la Dirección de Don Angel Castro, realizamos un curioso experimento: intentamos, a través de un texto escrito, introducirnos en una composición musical.
La pieza se titula "You are blazé", que viene a ser algo asi como "Estás herido"de Stan Getz. Podéis abrir una pestaña distinta,  buscarla en YOUTUBE y sincronizar la lectura con la música.
http://www.youtube.com/watch?v=6QUzdCptphM
Debéis darle al PLAY en la frase que está destacada en negrita.
Espero que os guste.

"Estás herido".

Con cariño y agradecimiento para Juan, Ginés y Angel.

Recuperas el aliento apenas a unos pasos de la entrada, te detienes y escuchas el triste crepitar de los tubos de neón sobre la puerta del bar de Marty MacCallan.
El aire de la madrugada te hace daño en los pulmones. En el paladar aún conservas parte de ese sabor acre que deja la pólvora de un revólver recién usado. Apuras el cigarrillo con los ojos entrecerrados. Es una calada profunda y silenciosa. Arrojas la colilla a la boca de una alcantarilla tan seca como un cadáver.
Con el leve movimiento del brazo, vuelves a notar el incómodo reflejo de esa onza de plomo que dejaron los muchachos de Calabresse en tu espalda, aquel maldito día de difuntos del 39.
Desprendes el polvo de tus zapatos frotando el empeine con la parte posterior de la pernera del pantalón. En noches como ésta desearías tener conciencia y poder limpiarla de la misma manera. Ladeas ligeramente el sombrero ocultando unos ojos grises, siniestros y cansados. Deseas desesperadamente verla.
Abres la puerta. Apenas das unos pasos hacia el interior y ya te ha envuelto una familiar atmósfera de humo denso. Tú lo agradeces en silencio. Saboreas ese humo que huele a sudor y a bourbon, a mentiras, a fracaso y a perfume barato italiano.
Bugsy Spencer lucha con su artrosis sentado al piano. En casa, los recuerdos y el crujir de sus propios huesos le mantienen despierto noche tras noche, pero aquí en el McCallan´s, el bueno de Spencer aún se siente importante, por eso él y su botella son siempre los últimos en marcharse.
Warren “el Gordo” Rawlings, de pie, a su lado, sudando algo más que de costumbre, acompaña a Bugsy dejando caer las notas de su viejo saxo con cansada dignidad. Si no fuera porque jamás la tuvo, se diría que toca con elegancia.
Mientras te quitas el sombrero y el gabán, buscas con la mirada una melena rubia y un par de ojos verdes tan grandes como una moneda de diez centavos.
Desmond “Diablo” Donahue, con un cigarrillo cubano apagado en los labios, ralentiza por un segundo el ritmo sobre la batería, atrae tu atención levantando una de sus escobillas, y luego, guiñándote un ojo, apunta con ella hacía una mesa tenuemente iluminada cerca del guardarropa.
Allí esta ella.
Sobre su mesa, una copa de Martini a medio vaciar y un sucio cenicero de cristal.
El vestido de terciopelo azul deja al aire una espalda perfecta y blanca.
Mueve suavemente sus hombros al ritmo cadente de la música.
Te acercas y depositas el gabán sobre el respaldo de la silla que queda libre junto a la mujer de la melena platino.
-“Estabas tardando” –dice la mujer sin apartar sus ojos del escenario.
-“Hace buena noche y vine paseando”- mientes.
La mujer abre un pequeño bolso que reposaba sobre su regazo. Extrae un sobre de color pardo y te lo pasa  por debajo de la mesa. Lo coges y durante un segundo tus dedos rozan la suave piel de su rodilla. Guardas el sobre en el bolsillo interior de tu americana.
-“¿Quién ha sido esta vez? “–pregunta la mujer.
-“No quieras saberlo, muñeca. Al jefe no le gustaría que anduvieras preguntando.”
-“¿No te cansas nunca?” –vuelve a preguntar. Esta vez sus ojos se vuelven hacia los tuyos y, durante un  instante, te falta el aire.
Notas de nuevo ese maldito dolor en la espalda. Ahora, además, sientes una punzada profunda en el corazón. Otra antigua herida.
-“No valgo para otra cosa. Ya me conoces.”
La música remueve en tu interior el plomo y los recuerdos.
-“¿Puedo invitarte a algo?” –te atreves a preguntar.
-“Gracias. Esta noche, no”- contesta.  “Estoy esperando a alguien.”
Dejas que pasen unos segundos. Vuelves la mirada hacia Bugsy, Warren y “Diablo”.
Ellos, al menos tienen su música y parecen felices.
A ti solo te queda tu revólver aún caliente, una bala en el pecho y un montón de recuerdos tan oscuros, espesos y tristes como el humo del MacCallan´s.
Te levantas. Recoges tu sombrero y  tu gabán polvoriento.
-“¡Hasta siempre, muñeca!”
-“¡Adiós! ¡Cuídate!” –responde ella con la mirada de nuevo en el pequeño escenario.
Te diriges hacia la salida.
 A un par de metros de la puerta, el viejo Smokey, con su caja de tabaco de contrabando intenta como cada noche ganarse unos centavos. Hace un esfuerzo y se incorpora a tu paso. Agarra la manga derecha de tu abrigo y tú te detienes.
 -“¿Qué tal, viejo?  ¿Ya no te quieren en el grupo esos negros?”
-“Estos temblores no me dejan en paz. Ya sólo sirvo para vender cerillas.”
Te enseña sus manos nudosas y fuertes que no consigue dejar quietas.
-“No te acerques a ella, muchacho. Ahora es la chica de Romano y ya sabes cómo son esos italianos de mierda. Viene todas las noches y él sabe lo vuestro. Si te pilla aquí hoy, puede haber líos.”
“Lo vuestro”. Mascullas en voz baja.
Sacas un dólar de tu bolsillo y lo dejas caer sobre las cajetillas de “Lucky Strike”.
Abres la puerta y antes de salir de nuevo al aire fresco de las madrugadas de Broklyn, te diriges al anciano.
-“¡Hazme un favor, Smokey!. Dile que esta noche, Romano… no va a venir.”

FIN