Con todo el cariño del mundo para Ayi e Isabel.
Mi cuarto de baño no estaba mal. No estaba nada mal. De hecho, mi cuarto de baño era el lugar de la casa en que mejor podía relajarme, pasar el rato, refrescarme, buscar concentración, hallar el sosiego necesario para terminar el día sin asesinar a alguien, mirar hacia mis adentros y dejar que mi mente y mi cuerpo se hicieran uno con mi espíritu.
Algunas
veces, incluso, hacía caca.
Y era
feliz.
Pero la
felicidad nunca es eterna y un día los azulejos de la pared empezaron a salpicarse
de unas conspicuas y persistentes manchitas oscuras que se obstinaban en ocupar
los intersticios entre las losas estúpida, caprichosa e incoherentemente. La
bañera, además, terminó por agrietarse un poco más allá de donde pongo el tarro
de “Moussel”, que es otro producto Legrain, París.
Si la
Presidenta de mi hogar, la ínclita señora Ruiz me hubiera dicho ahín, sin más,
que había que cambiar el cuarto de baño, este servidor se habría opuesto con
toda la ferocidad por la que soy de sobra conocido, pero Virginia es
subrepticia, astuta, taimada y -esto es
lo peor- me conoce bien.
Empezó como
sólo los huracanes del Caribe y ella saben hacer. Primero unas gotillas, unas
ráfagas de viento, algún trueno aislado… y después… el desastre.
-Cari, la
mampara de mi baño está regular. La podíamos cambiar.
-¿De
“TU” baño?
-Si. Del
mío. El tuyo no tiene mampara, gilipollas.
-Vale.
Cámbiala.
Esto fue un
lunes. Un chubasco de nada.
El martes
dio un paso más. Se avecinaba ya una tormenta discreta de entretiempo.
-Perico,
¿has visto las manchitas en la pared de tu cuarto de baño?
Ahora era
“MI” cuarto de baño.
-No. No he
visto nada -mentí.
- Es que
les doy y no se van.
-Pues no
les des.
Virginia
calla. Se agazapa y piensa. Prepara su siguiente jugada.
Los
primeros truenos llegan unos días mas tarde.
-Chati…
-¿Cari?
¿Perico? ¿Chati? … Acabo de caer en la cuenta. Se está formando un “Katrina” en
mi propia casa. La tormenta perfecta que se llevó por delante a George Clooney,
a Mark Whalberg y al otro que no me acuerdo, se me va a llevar a mí
también. Y encima yo no soy ni la mitad
de guapo.
-Chati, ¿me
escuchas?
-Si,
cambio.
-Estaba
pensando que, ya que van a venir a ponerme la mampara, podíamos cambiar también
tu bañera. Está fatal y algún día le va a empezar a caer agua a Juan.
Juan es mi vecino y es un gran tipo. Pero los vecinos de abajo son como la
levadura; si se humedecen, suben.
-La bañera
está perfecta, Virgi. Ya, si acaso, me ducho con más cuidaíto y salpico menos.
-Vamos a
hacer una cosa, gordi…
¡Oy! ¡Oy!
¡Oy! ¡Oyyyyyy! ¡Gordi y todo!
Esto no
tiene buen color.
-Voy a
preguntar a ver cómo nos sale y ya de paso, cambiamos el cuarto de baño tuyo
entero, que está fatal.
Pues ya
está.
Zona
catastrófica.
May day!
May day!
A cuatro
kilómetros de mi casa… primera hora de la mañana siguiente… suena el teléfono…
-CONSA.
Construcciones Operativas Neoclásicas de Solerías y Alicatamientos. Le habla
Isabel… Ah, hola Virgi. ¿Si? ¿Y lo has convencido? ¡Halaaaaa!
Si, hija. En un par de días te mando todo y empezamos la obra. ¿A quien?
Pues a los de siempre. Esos son muy apañaos. Venga. Un beso. Nos vemos el
viernes en “El Rincón de Alicia”, nos tomamos algo y ya me cuentas. ¡Espera! Me
dice Ayi (Ayi e Isabel son hermanas y compañeras en el trabajo) que apuntes el
teléfono contra el maltrato por si Pedro se pone nervioso. Ese. Venga. Hasta
luego.
Los
primeros momentos de la obra de remodelación me resultan imposibles de
describir. Yo creo que al entierro de Ladi Di no fue tanta gente. Y los que
fueron no rompieron nada a martillazos. El equipo de demolición fue letal.
Rápido y letal. Si alguien ha visto las fotos de lo que quedó de Hiroshima
después del bombazo, pues ya me ahorro los detalles. Mi coqueto y
recogido cuarto de baño convirtióse en cuestión de minutos en un solar de las
afueras de Kabul.
-Verás lo
bonito que te va a quedar, Perico.
-¡Moi bonito, Pidro! –coreareon a coro los catorce X-MEN.
-¡Moi bonito, Pidro! –coreareon a coro los catorce X-MEN.
Y la verdad
es que todo, al final, ha merecido la pena; los dos palmos de polvo por toda la
casa, el nivel de decibelios producido por los martillazos y los taladros justo
a la hora del “Sálvame”, que no me he podido ni enterar de si al final se ha
muerto Carmina Ordóñez o no, el tener el pasillo todo el día como una
barricada y a Virginia cantándome el “No
pasarán”, el pegarme cada noche dos o tres leñazos en el meñique con una caja
de herramientas que a esas horas cobraba
vida la muy puta y se movía por sus cojones de esquina en esquina sin avisarme
ni nada.
Me ha
quedado un aseo fenomenal. Muy preciosísimo.
-¡Moi
bonito, sinior Pidro!
Si, señor.
Muy bonito.
Y cuando
termine de poner el espejo en su sitio, que es lo último que me queda, más
bonito todavía va a estar.
Ya me he
cargado dos.
Y he
taladrado seis veces donde no era.
Alcayatas
para colgar tonterías no me van a faltar.
Ahora voy a
poner el tercero, que va a ser el definitivo.
O eso
espero.
Por mi bien
y por el de mi matrimonio, porque Virginia ya me ha dicho que si vuelvo a meter
la pata con los taladros, va a ser ella la que me taladre a mí el cerebro.
Si Dios
quiere y me da salud, en pocos días estaré de nuevo disfrutando en mi pequeño
remanso de paz, debidamente remodelado y luminoso, leyendo a Faulkner o a
Espinoza, repasando mi Enciclopedia de Pintura Contemporánea, reflexionando muy
a fondo sobre el devenir de nuestra existencia en un universo cambiante y
trascendente, fantaseando sobre mil
pequeños detalles que hacen de mi existencia algo especial e inolvidable o -¿porque no?-
plantando un pino enorme y majestuoso.
-Un pino
moy bonito, Pidro.
-Gracias,
tio.