miércoles, 17 de agosto de 2011

Jornadas Mundiales de la Juventud.

Ni soy de misa diaria ni creo que al Señor le gustaría verme allí cada mañana, con todo lo que ya sufrió el pobre con lo de la cruz  y todo ese follón, que al final, uno por otro, parece que nadie tuvo la culpa. Los Romanos que los Hebreos, los Hebreos que los Romanos, y seguro que algún día terminan por cargarle el muerto a los de BILDU. A ellos de todas maneras  les da lo mismo.
En fin, que una cosa no quita la otra. No soy un beato, ni me creo alguna que otra cosilla que nos cuentan según que curas, pero creo en Dios. No tengo el menor reparo en decirlo.
Y, ya de paso, creo también en el hombre. Creo que somos capaces de trascender del mero vinillo del mediodía o del partido con los amigos o de un día de compras en el Carrefour. Me resigno a admitir que no exista en los hombres más que ese elevado coeficiente de bestialismo al que algunos nos quieren someter a diario.
Intento, eso sí, comprender los variados aspectos de cada cuestión, aún a riesgo de caer en eso que decía Oscar Wilde de que “Quien quiere comprender los dos lados de una cuestión, acaba comprendiendo una mierda”. Bueno, mas o menos y en Inglés.
Por eso entiendo a los resentidos con la iglesia como institución resistente y montaraz, arcaica y aburrida, con exceso de institucionalismo y convencionalismos, seria y triste, oscura y misógina, encerrada, distante… Es la iglesia de los despachos y de las joyas, es la iglesia que no nos llega y a la que cada día cuesta más trabajo defender, es la iglesia de los tesoros y los fastos, es… la iglesia que no es Iglesia. Y quizá por eso, disculpo en cierta medida a los que, asaeteados y machacados  por los medios de comunicación, sienten indignación hacia la visita del Papa y a la multitudinaria acogida que en la capital del reino se le dispensará, si Dios quiere (nunca mejor dicho) en estas próximas jornadas.
Parece ser que la acusación más grave es la de que el gasto es excesivo y que el dinero empleado en fiestas y seguridad podría destinarse a otros fines de carácter filantrópico. Quizá lleven parte de razón. No lo sé. Yo mismo me he planteado muchas veces la “oportunidad” de determinadas actitudes de los representantes vaticanos, como aquella en el 97 en que Juan Pablo II, durante su visita a Brasil, recomendó a los jóvenes que se abstuvieran de practicar sexo. Eso en Brasil, el país que inventó el tanga. No, no estuvo muy fino el pobre Juan Pablo. Pero no se lo tengo en cuenta; una mala tarde la tiene cualquiera. Por lo menos no les dijo que se dejaran de tanto fútbol y tanta samba.
Pero lo que no me quita nadie es que la JMJ es un acontecimiento incomparable, quirúrgicamente exquisito en su planteamiento y, hasta ahora, ejemplar en su ejecutoria.
Cientos de miles de jóvenes, cargados de una fe que muchos hemos perdido o “distraido” focalizando sus energías, esas benditas energías de los diecitantos y los veintitantos, en torno a un hombre y a unas creencias, es algo de o que todos debíamos tomar oportuna nota.
Por desgracia estamos acostumbrados a ver que, cada vez que se reúnen más de cien chavales en una plaza, o es para ponerse de cubatas hasta el cuello y dejarlo todo hecho una porquería, o es para protestar contra algo y ya, de paso, romper unos cuantos escaparates y pegarle unas pocas pedradas a los polis de turno. El colmo de los colmos es que gane el Madrid, y la fiesta en Cibeles PARA CELEBRAR QUE HAN GANADO termine con decenas de detenidos y casi un centenar de heridos por lanzamiento de botellas.
Pero ahí, nadie protesta; ni los indignados del 15M ni los Ibéricos del 5J, ni los antitaurinos, ni Guillermo Toledo ni la madre del marido de Penélope Cruz, ni los del “Nunca Mais”, ni los del “Liberad a Willy”… ¡Nadie!
Y con respecto a lo del dinero invertido, es cierto que hay un despliegue increíble, vistoso más que nada; conspicuo, diría yo. Pero creo recordar que despliegues de seguridad similares se han visto en otras ocasiones menos festivas y tampoco se vieron demasiadas pancartas ni se oyeron demasiados gritos. A Madrid vienen líderes mundiales no demasiado respetuosos con los derechos humanos y a nadie le importa un nardo. Parece que los que gritan en contra de la visita del Papa no tienen el menor inconveniente en que vengan de China, de Libia o de Marruecos a enseñarnos sobre cooperación, derechos del ciudadano, democracia, respeto y buenas maneras. El Papa es un farsante, pero Fu Jingtao, o Gadafi, o Mohamed VI son unos tipos super guays y super simpáticos.
En este jodido mundo en el que nos ha tocado en suerte vivir, hace falta gritar mucho, hace falta mucha energía y mucho empuje para denunciar y para actuar. Si alguien ha de levantar su voz y pegar un puñetazo en la mesa, que lo haga, pero que piense antes si merece la pena hacerlo en contra de una verdadera marea de gente que se reúne para orar y compartir pacíficamente, o si hay que callar, contemplar, aprender y buscar otro objetivo.
Esos cientos de miles de chavales que se reúnen en Madrid son una semilla excelente, superior, magnífica. No todos ellos acabaran el camino que han empezado. Como dijo Calderón de la Mierda, “El mundo es una barca”. O algo así. La vida los maleará, distorsionará su ímpetu juvenil y poderoso, los llevará por caminos no tan blancos y musicales… Pero alguno habrá, muchos quizá, que se comprometan con causas diversas y se entreguen con el alma y con el cuerpo a continuar con la labor callada y constante de miles y miles de católicos de todo el mundo que, en selvas remotas de África o Asia, en las asfixiantes cumbres del altiplano, en las calles enlodadas y plagadas de mosquitos de la India o Pakistán, o incluso en alguna parroquia pobre de los arrabales de Madrid o de Barcelona, contribuyen a crear IGLESIA (ahora sí, con mayúsculas). Y ante eso, amigo mío, ante esa forma de enfrentarse a la vida, lo mejor que podemos hacer es… callarnos.
O rezar. Yo, hoy, rezaré por todos ellos.
Y por vosotros.