Todo empieza un día de mi santo, allá por Junio. Voy a echar las primitivas y en la administración me encuentro un cartel de tamaño XXL en el que reza “Hay Lotería de Navidad”. Y se me caen los palos del sombrajo. Y mira que el sombrajo, con la que está cayendo, me venía muy bien con todos los palos.
Para el día de mi cumple, a finales de Agosto, ya está el moro de las castañas instalando el chiringuito en el cruce del Real. Y sigue haciendo “una caló” que te mueres.
Sólo quince días más tarde, cuando voy a “La Española” a comprar un paquete de cedeses para piratear mis cosillas de Duke Ellington y su orquesta, que seguro que ya no me van a denunciar a la SGAE, veo a María y a Vanessa sacando los adornitos para el árbol y las bolas para el portal, o al revés, que también tiene sentido.
Esto de la Navidad va muy rápido. Pasa como con las bombonas. Parece que hay que encargar la nueva antes de que se termine la que tienes.
Recuerdo que Virginia, el año pasado, después de las fiestas, me dijo un día: “Periquillo, hijo –cuando me dice Periquillo es que me va a pedir algo raro-, tienes que desarmar la jamonera y bajarla al trastero”. Con la celeridad que me caracteriza, esperé a tener algo más que bajar y entretanto, deposité la jamonera en el maletero del coche. Hoy me ha pedido que baje al trastero a por la jamonera y… ¡Vualá! ¡Ya la tengo a mano! No tengo más que bajar… al coche. El tiempo pasa que es una barbaridad. Estas cosas son así.
El tema del jamón, eso sí, está más o menos solucionado. No había para un pata negra auténtico, pero le he dado un par de viajes al “Hijos de Roberto Alcudia, extra, recebo, curación artesanal” con la cinta de la impresora que se había medio gastado, y está casi negro. Por dentro son todos iguales. Bueno, casi iguales.
Los turrones ofrecen algo más de incertidumbre. Parece que el Suchard de chocolate con arroz es el que más posibilidades ofrece. Lo malo es que cuando llegamos a los turrones cada año, las opiniones vienen en un formato que no se entiende con absoluta claridad. Después de unas cuantas birras, un par de vinitos, el chupito correspondiente y el champán extremeño, si se te ocurre dar tu opinión sobre el turrón: a) o no se te entiende, b) o a nadie le importa un huevo, c) o ambas. Nunca recuerdo cual es el que más gusta.
Pero no hay una cena. Hay diez mil. Las provisiones de ALMAX se te quedan escasas.
Y si tienes la suerte de que te gusta todo, estás perdido.
–Pedrito, ¿un poco más de lomo?
–No, gracias, no puedo más.
–Pues mira, te lo tomas, porque quedan nada más que seis rodajas y no se van a tirar.
Lo mismo con el pastel de puerros con cañaillas, con la empanada, con el revuelto de trigueros con avutarda, con las cestitas de sucedáneo de caviar de jurel de Roquetas,… El guarrillo es una alegría. Se lo come todo y encima rebaña el plato para ahorrar el jabón del lavavajillas.
Luego está el tema de la etiqueta.
-Pedro, hay que irse arreglando que nos esperan a las diez.
En cinco minutos está Pedro hecho un pincel. Camisa de manga larga… vaqueros limpitos, botas “Panamá Jack” con un poquito de “Pronto” (única vez del año que las limpio), y oliendo a “Old Spice” que dan ganas de comerme. Guapo a reventar. Pero no. Parece que no.
-¿No te vas a poner unos zapatitos? ¿No tienes otros pantalones? ¿No te podía haber echado “Fleur du Pagí” de Guy Larosh? ¿No…?
-Vale, Virgi, ya me cambio.
Y todavía hay cosas peores.
Una tarde de compras de Navidad.
Lo único que me divierte es observar las caras de otros maridos que están pasando por lo mismo que yo. Una vez fui a un matadero de pavos y tenían todos la misma expresión. Suerte que los maridos no cagamos tanto. Por lo menos en público. Sería horrible para las chicas de Zara y Massimo Dutti.
La Navidad es un tiempo de alegría. No cabe duda. Pero también es como una gripe. Viene todos los años quieras o no quieras, y te deja el cuerpo hecho una mierda.
Mi más sincero deseo para estas fiestas que se avecinan es que disfrutéis cada día como si fueran las primeras, o las últimas, que viene a ser lo mismo.
A los creyentes, rezaré por vosotros y por los vuestros.
A los que no creéis, rezaré por vosotros y por los vuestros.
Y a mis amigos, tanto en el primer apartado como en el segundo, os ruego aceptéis esta reflexión como una sincera y sentida felicitación. Gracias a Dios, sois muchísimos y no puedo escribir a todos tanto como me gustaría.
Que sea para todos una Navidad llena de alegría y de dicha y que el año que entra sea más suave que el que dejamos, que ha sido un poco cabrón.
Ya no sabemos que tenían preparado los tontolabas de los Mayas para después del día de marras, pero no han podido con nosotros. Ahora se trata de que, ya que el mundo no ha reventado, intentemos no reventarlo nosotros. Una buena idea sería empezar por el que tengas más cerca y tenderle la mano o, si se deja, lo que pilles.
Por mi parte, un abrazo enorme, descomunal , exagerado casi, para todos.
¡¡FELIZ NAVIDAD!!
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