Anoche fue una noche intensa y como casi todas las noches intensas, esta también dejó su marca. Y no hablo de los cambiantes y siempre sorprendentes efectos de la resaca, ni de los daños colaterales que tiene que soportar un estómago humano de mediano tamaño cuando uno pretende hacer con él eso que las mujeres hacen con el maletero del coche cuando nos vamos de vacaciones, es decir, meter más de lo que cabe. No. Esta vez ha sido peor. La ciencia experimental y mi descontrolada pasión por las veleidades del mundo del espectáculo y el deporte han estado a punto de costarme, si nó la vida, al menos un serio disgusto.
Todo empezó a las nueve y cuarto, hora continental europea. Yo ayudaba a Virginia a secar los tres mil cuatrocientos vasos de la cena de anoche, las siete docenas de platos y la cubitera de los cojones. El tercer trapo que yo empleaba empezaba a chorrear y no cumplía con el propósito para el que su naturaleza de trapo le había destinado y yo, reluctante a emplear un cuarto trapo recordé un procedimiento de secado que, si bien no había experimentado con anterioridad, empleando la lógica científica a la que el BUP nos tenía acostumbrados, parecía prometer resultados inmediatos.
Cogí el trapo del delito y lo introduje en el microondas.
Y ahí empezó todo.
Primera anotación: Seis minutos es tiempo excesivo para secar un trapo de tamaño estandar en un microondas convencional.
Segunda anotación: Si tienes algo, LO QUE SEA, en el microoondas, no te vayas a la tele para ver cómo quedó el Barsa.
Tercera anotación: Las noticias deportivas de los Domingos por la mañana duran más de sies minutos. Nadal, Pedrosa, y muchos más ya saben eso.
Cuarta anotación: Se llega a saber que un trapo está incendiado dentro de un microondas por dos vías diferentes, a saber:
a) Por la cantidad de humo que el muy cabron desprende.
b) Por la cantidad de improperios y de alusiones a las ramas materna y paterna de tu progenie y/o parentesco que tu pareja, tu mujer, o incluso cualquier ser querido acaban por proferir. Y además, a gran velocidad.
Una vez constatada la ineficacia del experimento, quizá acentuada por la bisoñez e indolencia del protagonista indirecto del mismo, lo que sí se costata de forma fehaciente es que el matrimonio más sólido, con una cocina en llamas, no lo resulta tanto. Antes bien, en pocos segundos se te pasa por la cabeza toda tu vida, como si de una película se tratase. Encima, y para colmo, cine español.
Claro que a mi mujer lo que se le estaba pasando por la cabeza era la lista de abogados matrimonialistas con destino en plaza.
Consejo final: si queréis mantener viva la chispa del amor en vuestro matrimonio, procurad no encender, simultánea y torpemente, otro tipo de chispas.
Un saludo a todos.
PD. Todo ha terminado bien. Ya he vuelto a deshacer las maletas.
Todo empezó a las nueve y cuarto, hora continental europea. Yo ayudaba a Virginia a secar los tres mil cuatrocientos vasos de la cena de anoche, las siete docenas de platos y la cubitera de los cojones. El tercer trapo que yo empleaba empezaba a chorrear y no cumplía con el propósito para el que su naturaleza de trapo le había destinado y yo, reluctante a emplear un cuarto trapo recordé un procedimiento de secado que, si bien no había experimentado con anterioridad, empleando la lógica científica a la que el BUP nos tenía acostumbrados, parecía prometer resultados inmediatos.
Cogí el trapo del delito y lo introduje en el microondas.
Y ahí empezó todo.
Primera anotación: Seis minutos es tiempo excesivo para secar un trapo de tamaño estandar en un microondas convencional.
Segunda anotación: Si tienes algo, LO QUE SEA, en el microoondas, no te vayas a la tele para ver cómo quedó el Barsa.
Tercera anotación: Las noticias deportivas de los Domingos por la mañana duran más de sies minutos. Nadal, Pedrosa, y muchos más ya saben eso.
Cuarta anotación: Se llega a saber que un trapo está incendiado dentro de un microondas por dos vías diferentes, a saber:
a) Por la cantidad de humo que el muy cabron desprende.
b) Por la cantidad de improperios y de alusiones a las ramas materna y paterna de tu progenie y/o parentesco que tu pareja, tu mujer, o incluso cualquier ser querido acaban por proferir. Y además, a gran velocidad.
Una vez constatada la ineficacia del experimento, quizá acentuada por la bisoñez e indolencia del protagonista indirecto del mismo, lo que sí se costata de forma fehaciente es que el matrimonio más sólido, con una cocina en llamas, no lo resulta tanto. Antes bien, en pocos segundos se te pasa por la cabeza toda tu vida, como si de una película se tratase. Encima, y para colmo, cine español.
Claro que a mi mujer lo que se le estaba pasando por la cabeza era la lista de abogados matrimonialistas con destino en plaza.
Consejo final: si queréis mantener viva la chispa del amor en vuestro matrimonio, procurad no encender, simultánea y torpemente, otro tipo de chispas.
Un saludo a todos.
Muy bueno Pedro, como siempre o muy Pedro Bueno, como quieras jeje. Saludos, sigue escribiendo.
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