jueves, 31 de julio de 2014

La victima imprecisa.


El ser humano, aunque en ciertos aspectos pueda parecer el miembro más aventajado de una especie que en sus orígenes fue muy peluda y bastante fea, no puede por menos de conservar ciertos hábitos primitivos que no solo traslucen a la hora de procrear, alimentarnos o matarnos vivos, sino en situaciones mucho más complejas y de más difícil interpretación.
Desmond Morris, en su célebre ensayo “El mono desnudo (1967)” nos atribuye a los humanos, como principal seña diferencial con respecto a los primates, el dudoso mérito de haber ido perdiendo progresivamente el pelo para ir adoptando en sustitución del mismo diferentes tipos de vestimenta y multitud de complementos absurdos a juego. Algunos, esto de perder el pelo, lo hemos hecho, además, sin el menor glamour.
Obviando esta trivialidad del vello corporal, parece ser que los humanos no estamos tan por delante de nuestros parientes más feúchos.


En un hipotético “ranking” de felicidad básica, por ejemplo, me consta que los grupos étnicos más satisfechos con su existencia son los que, aislados del resto de la humanidad, viven a la vera de pequeños riachuelos perdidos en Papúa Nueva Guinea, o desperdigados por las selvas de Borneo o de Tanzania en pequeñas comunidades absolutamente ajenas a todo aquello que no sea cazar un  yoquesé para la cena o asegurarse un buen revolcón antes de la ceremonia del Bumba-bumba, o como se llame, o después de las lluvias del mediodía. El día que les lleven su primer “aipad”, los han jodido.
Porque yo creo que al ser humano, lo hemos jodido. Lo hemos jodido con las pijadas, con las tonterías y con las corbatas.
¿Para esto hemos evolucionado?
¿Esto es lo que quería el Señor cuando decidió pasarse toda una tarde con el “Barronova” haciendo sus muñequitos?
Y eso que eligió –supongo- barro de primera calidad. ¡Si se llega a poner a jugar con el “Mierdonova”…!
Esos documentales soporíferos de “La 2” o del “Discovery Channel” que se empeñan cada tarde en mostrarnos la patética –y corta- existencia del ñu del Serenguetti, a veces se descuelgan de su línea herbívoro-ungulada y se entretienen con un grupillo de gorilas de montaña de Rwanda o con una familia de orangutanes de Sumatra y, a poco que observemos el sosegado devenir de estas comunidades, saltan a la vista actitudes, pautas, patrones y conductas infinitamente “humanas”. Actitudes del “humano que debió ser”.
Hay violencia, pero reviste la forma de estallidos puntuales, y nunca premeditados, cuya extensión temporal suele ser mínima y con la única pretensión de asegurar un orden más o menos lógico en la normal convivencia de los individuos que habitan el mismo nicho ecológico. No hay revanchas, no hay bandas, no hay ensañamiento. Un gorila de espalda plateada te puede reventar la cara de un hostiazo, para eso, entre otras cosas, sus doscientos kilos de puro músculo, pero lo hará sin acritud, sin mala leche, lo hará tal cual. Tú te acordarás toda la vida del leñazo, pero él, seguro que mañana lo ha olvidado.
Añoro los tiempos en que los humanos éramos así.
Añoro cuando la violencia era puro instinto. Echo de menos esa nobleza ancestral del vencedor con el vencido y esa magnífica inteligencia práctica de la víctima que sutura sus heridas con orgullo y vuelve a casa sin alharacas pero con la satisfacción de haber luchado y haber perdido con dignidad.
Hay razas que se extinguen sin remedio y sólo después de certificar su desaparición llegamos a valorarlas en su justa medida. En cierta ocasión conocí a un “carterista” de renombre. Era un malagueño enjuto, de tez oscura y manos suaves y nudosas; vestía impecable terno gris marengo y sombrero de fieltro negro. Nadie hubo jamás con tal destreza a la hora de dejar vacíos los bolsillos de una persona. No recuerdo su nombre. Pero sí recuerdo lo que de él me contaron: “Siempre devuelve las carteras a sus propietarios. Las remite por correo a sus domicilios”.
-¿Para qué joder más de la cuenta? –decía el hombre.
Antes, el enemigo te miraba a la cara. Te valoraba. No se escondía.
Ahora, contemplo con tristeza la forma en que  ha cobrado importancia y peligrosa legitimidad el daño a la víctima imprecisa.
Detrás de una mesa de despacho, al otro lado de la línea telefónica, escondidos y acechantes en “la Red”, los nuevos delincuentes se escudan en el anonimato más cobarde y, las más de las veces, ni siquiera parece que te están robando o te están agrediendo. Ni siquiera existe esa violencia remota e instintiva. Racial.

Miles de millones vuelan al extranjero sin que, desde casa, percibamos el más leve movimiento, ni un mínimo pestañeo. Se compran bancos, se evaden impuestos, se liquidan empresas millonarias que no figuran sino en la ininteligible realidad de los papeles pautados y en la impalpable ficción de los datos informáticos, y todo, sin que parezca en absoluto que hay una “victima”.
Siempre hubo violencia.
Siempre hubo crímenes.
Siempre habrá delincuentes.
Pero cada día estoy más convencido de que el hombre se ha saltado  millones de años en la escala evolutiva, adelantando por la derecha a especies que se lo merecían más que nosotros.
Los “Korowai”, los “Yanomami” o los “Kayapó” podrán matarte llegado el caso, si les chuleas y tal, pero siempre te mirarán a la cara mientras te rebanan el cuello.
Y un orangután jamás roba si no lo necesita.

Pero nosotros… Nosotros, amigos mios, es que somos “civilizados”.

10 comentarios:

  1. Toda la razón, llevas más razón que un Santo.Me ha encantado, como todo lo que escribes.

    ResponderEliminar
  2. Pero qué complicado es todo, Pedro. Con lo felices que éramos cuando nos decían que el 7ª de caballería eran los malos y punto. Para el escaso número de neuronas que tengo, aquello si que era un mundo feliz.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu lectura, Juanma. Eres muy amable: Y estoy de acuerdo con tu comentario. Como en casi todo lo que escribes y dices. UN abrazo enorme.

      Eliminar
  3. "Los nuevos y sútiles sistemas de joder al prójimo" todo un mundo por descubrir !! Genial tu reflexión !!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por leer este modesto blog. Eres muy amable. Y... ¡si! No inventamos nada bueno. UN abrazo, amigo Juan.

      Eliminar
  4. Genial.Hace unos años leí un artículo de un psiquiatra que decía que la nevera había acabado con el espíritu aventurero del ser humano.
    Un abrazo maestro.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo me llevo genial con mi nevera. Gracias, Victor. Un abrazo enorme.

      Eliminar
  5. Genial Pedro, me he divertido mucho con esta lectura, además de compartir todo lo que dices. Lo cierto es que no tenemos ni idea de hacia dónde nos conduce esta "involución Darwiniana" pero tal y como pinta la cosa, seguro que a mejor no vamos. He recordado un fragmento de un programa que hicieron hace algún tiempo, "Perdidos en la ciudad" un reality show en el que traían, tuvo sus criticas por parte de algunos antropólogos, a pequeños grupos de personas pertenecientes a tribus como las que mencionas, a convivir con "civilizados" en Madrid, Barcelona... El caso es que uno de ellos no daba crédito a lo que veía y no llegaba a comprender cómo en una sociedad como ésta, podían existir los indigentes, mendigos, sin techo... No entendía como era posible algo así en un sitio con tanta supuesta riqueza.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es muy triste, en efecto. Yo daría lo que fuera por vivir en un pueblecillo indio, lejos de todos y de todo. Allí la gente es limpia, sin mierdas. En fin, es lo que tenemos. Intentaremos sobrevivir, con un poquillo de buena voluntad y amigos como tú. UN abrazo enorme.

      Eliminar