sábado, 6 de agosto de 2011

Perfumes y chocolates.



Con cariño, para mi amigo Miguel Galera.

Una de las cosas más fascinantes que puede ocurrirle a un hombre es que su pareja le pida que le acompañe a la tienda DUTY FREE de un aeropuerto.
En el exacto momento en que entras en la tienda, se abre ante ti un panorama de fragancias diversas, excitantes, penetrantes e inusuales. Tú lo que buscas con la mirada es la sección de las cervezas y los whiskys, bueno y los “Toblerones” gigantes pero esa está como más escondida. Lo primero son  las colonias. O eso es lo que tú crees. Porque cuando tú le dices a tu cari que son colonias, tu cari se ríe, arquea las cejas, te mira como miró Colón al primer indio que se encontró en Playa Bávaro y te dice que de colonia nada; que es agua de “tualet” y agua de “parfam”, o algo ahín. A mí, la verdad es que la diferencia me la trae al pairo, pero alguna tiene que haber porque si es de “parfam” vale como diez o doce euros más que la de “tualet”.
Mi cari se acerca sigilosa a una estantería llena de tarros verdecitos con un nombre francés, me parece que Ib Sanloran, y se echa de un frasquito que no está tapado. Hace un “fss fss” sobre la muñeca izquierda y me la acerca a la napia.
–Huele- me dice.
Yo huelo.
-¿Te gusta?
Me gusta. Estos franceses, quemando fresas y eso son muy cabrones, pero lo que es oler, huelen bien.
-Es fresquita, ¿no?- me pregunta.
-Muy fresquita – digo yo, lanzándome a una piscina peligrosa.
Supongo que cualquier colonia, si te la echas después de una ducha y te plantas en una terraza a disfrutar la tarde, o te sientas delante de la tele con un daikiri y el aire acondicionado enchufado en veinticuatro grados Celsius, resultará fresquita, pero si te la echas para ir a cargar sacos, o para ir a comprar calzoncillos al mercadillo del Real a mediodía en Julio o Agosto, pues… su puta madre del Sanloran.
-Es que es muy parecida a la que tengo de “Chanel”.
-¿Entonces no te la llevas? ¿Vamos ya a por los “Toblerones”?
No. Parece que no. Nos vamos a los dominios de Vittorio y Luchino. Al parecer los italianos también saben de colonias. ¡Perdón! De “parfams”. Y de nuevo, un sirufo pa mi. Según me instruye mi Virgi, los dos maromos estos son de Sevilla; de los Remedios o de la calle Betis, cerca de donde vive mi tía Mariluz. ¡Estafadores!
-       Hmmmmm! –dice Virginia. ¡Huele a fruta!
Y de nuevo me acerca a las fosas nasales un cartoncito alargado previamente impregnado con un par de “fss fss” de esos.
A mí, la verdad, como si me hubiera dicho que olía a espárragos a la Parmentier. Para mí que Vitorio, Luchino y Sanlorán están conchabaos, porque la colonia o el “parfam” o lo que sea, huelen exactamente igual. Pero no. Parece que no. Esta huele más… a fruta.
Seguimos el paseillo. Llegamos al ranchito de un tal Lancome. Este tío además de colonias hace cremitas. Mismo cartoncillo… Mismo “¿Qué tal?”  Y a mí -¡Santo Dios!- me huele igual que las otras dos. ¿Será también sevillano el Lancome este?
-¡Uy! ¡Esta es estupenda! –miento.
-Muy seca -me dice mi amada Virgi.
-¡Vaya por Dios! –farfullo entre dientes, viendo como, a unos pocos metros de mi, una familia de vikingos altísimos y guapísimos se dirige a la caja con una cestilla amarilla repleta de “Milkas” gigantes, “Lacasitos” de kilo y medio”, “Kitcats” como para dar de comer a media Dinamarca durante seis años y dos botellas de Jack Daniels que, por cierto, huele mejor que algunas de las mariconadas que llevo oliendo todo el rato.
Virginia, que me conoce bien, pretende sobornarme.
-¿Cómo andas tú de colonias, Perico? ¿Te apetece alguna?
-A ver si hay “Varon Dandy” –le digo.
Se descojona. ¿Qué pasa? ¿Es que no van a tener? Si hay casi de todo.
Al cabo de un rato, mi cari me acerca lo que parece que es su elección definitiva. No veo el nombre en el tarro, pero aprecio que el frasco en sí es verde.
-“Fss fss”.
Ahora yo me la juego. Es un momento crucial. Empleo toda mi astucia y me aventuro.
-Hmmmm! ¡Que fresquita! Huele a frutas que no veas.
-Gilipoyas, huele a té. A té verde.
Nada. No ha habido suerte, pero había que intentarlo.
Cabizbajo y contrito, meto las manos en los bolsillos y vagabundeo a una distancia prudencial de mi esposa, que sigue inspeccionando, sola ya, los olorosos estantes de su cielo particular. Ya no quiero ni “Toblerones”. Estoy triste. He quedado como un capullo, y encima tengo la nariz tan saturada que podría oler un peo de elefante a cinco centímetros, aunque viniera certificado y con dedicatoria. Abandono el “Duty free”.
-“¡Por su propio interés, rogamos mantengan sus pertenencias vigiladas en todo momento!” Din don din… “¡Plis, dunot lib bagish unatendid!”- oigo.
Ya mismo es la hora. Consulto el reloj. ¿Tardará mucho mi Virgi?
En un par de minutos aparece, risueña y satisfecha. Huele muy bien. No sé exactamente a qué pero huele bien. Está guapa. Cuando vamos de viaje se pone más guapa la puñetera.
Nos sentamos a esperar la llamada de nuestro vuelo. Saca su libro de “Juego de Tronos” y se pone a leer.
-¡Ah!- me dice. ¡Toma!
Y saca de su bolsa un “Toblerone”.

4 comentarios:

  1. Sin lugar a dudas, esta historia más de una la hemos vivido. Felicito tu paciencia, el mio te aseguro,que no la tiene. Como siempre Pedro, es una satisfación leerte.

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  2. Gracias, Paqui. Es una alegría leer tus comentarios. UN besillo.

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  3. Sentaditos en el sofá Ani Tere y yo nos hemos divertido muchísimo leyendo tu visita al Duty Free. Pedro, cada dia te superas. Un abrazo
    Miguel Galera Martín (mianpano)

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  4. Jajaja... lo que me he reído. Cuanto talento.

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